Celeste estaba pasando otra tarde con sus hermanas. La hora del almuerzo había terminado para ellas y las niñeras estaban ocupadas preparando algunas cosas para las actividades de la tarde, por lo que las quintillizas tenían un rato libre para retozar a su antojo.
Podían llegar a ser muy traviesas porque se potenciaban, pero, en público, eran tan bien educadas que engañaban a todo el mundo. Aún así, la visión algo cínica del mundo de su madre genética comenzaba a mostrarse en ellas bajo la influencia de las clases que les impartía. Para su edad, eran un montón de chiquillas de lo más extrañas y les costaba relacionarse con otras niñas de afuera.
—Sophie, jugamos a que éramos Emma e íbamos a trabajar a la compañía y despedíamos a alguien... —comenzó a proponer con una sonrisa de anticipación.