Mejor tarde que nunca

Nigel también había recibido una carta avisándole del estado de su hija la noche anterior pero, al igual que su amante, tenía asuntos personales que habían evitado que acudiera volando al llamado. No había manera de justificar una ausencia tan tarde frente a su mujer legal y el encontrar una excusa para la lechuza con aspecto oficial que había llegado por la ventana ya había sido todo un desafío. 

Ahora, sin embargo, había salido del trabajo una hora antes para poder visitar a su hija bastarda, pero no por ello menos querida. Tenía cerca de dos horas para asegurarse de que estuviera bien de salud antes de que se le generaran problemas en su casa. Bastaba con llegar y decir que el jefe lo había retenido después de hora para que su mujer se quedara tranquilo. Más de joven, había manejado sus dos familias paralelas simulando viajes de trabajo cada dos o tres semanas. Eso, sumado a una estadía promedio de una o dos semanas "en el exterior", le daba suficiente tiempo para ver crecer a sus otros hijos y pasar tiempo con su otra mujer, la cual había elegido decirle a los chicos lo que él a su esposa, para no lastimarlos. De ese modo, Rose y Ed habían vivido gran parte de su infancia creyendo que su padre viajaba mucho por trabajo. 

Ambos se habían enojado en mayor o menor grado al enterarse de la verdad, pero él quería asegurarse de que su hija estuviera bien, por más que ella declarara abiertamente que lo odiaba.

La buscó en la enfermería. Al no hallarla, uno de sus compañeros de año le había indicado que se encontraba en el club de costura. Otra, le indicó el aula donde se llevaba a cabo la actividad y él esperó afuera hasta que ella saliera.

Ella había disfrutado de su clase de costura como siempre, si bien había tomado algunos recaudos para no llamar mucho la atención después del accidente que había tenido el día anterior en clase de Alquimia. 

El club era una de sus actividades favoritas de la semana, si bien no era ni siquiera decente en eso de la costura. A diferencia de sus costumbres habituales, se había sentado en uno de los bancos del fondo y había participado lo mínimo indispensable, preguntándole a su amiga lo que no había llegado a oír por su nueva condición. Hizo su mejor esfuerzo con el proyecto en el que veían trabajando, si bien no quedó tan bien como el de otras, pero eso se debía en gran parte a su falta de habilidad. 

Había intentado mantener la cabeza concentrada en la labor para evitar pensar en la visita de su madre de esa mañana y, sobre todo, en lo que había sucedido la noche anterior en la enfermería. Había sido un eterno desfile de amigos y familiares y después esa soledad desgarradora hasta que logró dormirse. No sabía qué era peor, si despertarse sola o con su madre en el castillo. De todas maneras, no era su día, eso quedó claro cuando salió de la clase y se encontró con su padre fuera del aula. 

Palideció como si hubiera visto un fantasma y se detuvo en el lugar abrazando sus libros mientras sus compañeras se marchaban por el pasillo. "¿Qué haces aquí?" Le preguntó de mala manera. Tenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido en una expresión de desagrado, pero también de esafío. ¿Es que acaso ese día no iba a terminar nunca? La idea de saltearse la cena e ir directo al dormitorio a tirarse en la cama y pensar en cosas deprimentes hasta dormirse le pareció más atractiva que bajar al comedor y encontrarse con más gente. Eso aumentaba las posibilidades de que más conversaciones desagradables tuvieran lugar. Porque no podía ser otro tipo de conversación si su padre estaba involucrado.

"Por favor dime que no te escapaste de Azkaban" Dijo entre dientes, por lo bajo, mirando alrededor para asegurarse de que nadie más estuviera escuchando en el pasillo o fuera a verlo con él. El tono que utilizaba con él era el de una madre harta de tratar con un niño denso y no el de una hija con su padre. 

"Y lo que sea que vengas a decirme. Hazlo rápido. No quiero que me vean contigo." Le dejó saber de antemano.

La sonrisa confiada se borró de su rostro y una expresión de fastidio se le dibujó en la cara. ¿Es que acaso era lo único que la gente iba a decirle? Primero su mujer, luego sus dos hijos "legales", después Annie y ahora Rose. ¿Acaso a nadie se le había ocurrido que él pudiera haber tenido buena conducta y ser soltado antes como era el caso? No, claramente no. Eso lo irritaba, pero recordó que su hija acababa de tener un accidente y decidió no ser tan duro con ella al pensar en que acababa de quedar discapacitada parcial de por vida.

—Vine a verte. Me quedé preocupado... ¡Te dije que no te anotaras en alquimia! —Le reprochó olvidando su anterior determinación de no ser duro con ella en cuanto recordó por qué estaba preocupado y las posibles consecuencias del accidente de Rose como no conseguir trabajo decente y terminar como su madre. Era una posibilidad escalofriante que no quería para su única hija. —¿Te dije o no te dije? —Siguió insistiendo. En realidad, había sido solo una carta y enviada desde la cárcel, pero para él tenía suficiente valor aunque no se la hubieran respondido... y no por falta de lechuzas del colegio seguramente.

—Déjame ver esa oreja —demandó en tono de médico, acercándose a ella— las enfermeras del colegio no saben nada de maldiciones y magia negra... —Continuó, ignorando el rechazo de Rose.

Le molestó que él no respondiera a su pregunta, pero no podía haberse escapado. Hubiera salido en los periódicos y lo recordaría. Hubiera recibido una vociferadora de su madre así hubiera tenido que mendigar para enviársela y advertirle.

—¡Otro más! —Protestó irritada— Llegas tarde. El accidente fue ayer y no fue nada grave. Tampoco puede solucionarse, así que ¿qué importa? Estoy viva, ¿no? —Respondió de mal modo, desafiante. Parecía a punto de ponerse a gritarle en cualquier momento, pero no pensaba hacer nada que atrajera la atención. Ya bastante tenía con las burlas sobre su madre para encima tener que soportar otro tanto por la rama opuesta de la familia. 

—No lo sé —mintió—. No me relaciono con traficantes de órganos —dijo secamente, con los ojos entrecerrados. Luego giró sobre sí, dispuesta a irse. 

Se alejó instintivamente de él cuando se le acercó. —¡No me toques! —Protestó por lo bajo, aún haciendo lo posible por no llamar la atención y poniendo sus manos entre ellos, como escudo. Una de ellas sostenía su varita, la que había sacado de manera instintiva al sentirse amenazada. 

—Por supuesto que no, papá: ¡en el colegio no se maneja magia negra! —Protestó indignada, como si estuviera intentando explicarle a un niño de dos años por qué no debe dibujar las paredes. —Y fue un accidente en la clase de Alquimia, nada indebido. —Lo corrigió con irritación.

—¿Es eso lo que te anda enseñando tu madre estos días? ¿A sobrevivir a toda costa, sin importar lo que tengas que hacer para comer? —Le preguntó irritado, como siempre que el tema de Marianne y su manera de conseguir ingresos entraba en juego. 


—Eres muy joven para entenderlo, pero las cosas no son como tu crees. La cantidad de vidas que he salvado durante los últimos diez o quince años es enorme. Si tan solo aprobaran esa ley... pero algún día tendrás un hijo enfermo y lo comprenderás... —dijo como si supiera que iba a pasar sí o sí.


—Déjame ver —insistió él sin levantar la voz, pero haciéndola más dura. 



 Se sintió bien de que al menos aún le dijera "papá". 


—¿Ah no? ¿Y por qué crees que la sacaron de la currícula de todos los colegios hace treinta años entonces, si no es ni magia negra ni peligrosa? —La contradijo—. ¿No te explicó tu profesor que debes estar muy concentrado al practicar transmutaciones? ¿Que tu mente no debe divagar por caminos indebidos? Dime, Rosie, ¿en qué estabas pensando? —Le dijo ahora en un susurro, como la serpiente del mal intentando tentar a Eva. —Porque debe haber sido algo bastante importante para que te cobrara un precio tan caro a cambio... ¿o tampoco les enseñaron la ley de igual por igual?



—¿O acaso tu profesor no te dijo que basta con que pienses casualmente 'oh, quisiera ser un músico y cantante exitoso' mientas dibujas tu círculo de transmutación para arreglar un viejo reloj roto para que acabes convertido en Andrea Boccelli?

Abrió la boca para responderle, pero estaba tan indignada que no encontró las palabras para hacerlo. Volvió a cerrarla y lo fulminó con la mirada. —Disculpa, pero a mí los únicos que se han tomado el trabajo de enseñarme han sido mis profesores. Tú y mamá nunca estaban en casa y a Ed lo crié prácticamente sola, así que no me vengas con tus problemas personales —le dijo furiosa, pero por lo bajo. Volvió a mirar alrededor para asegurarse de que nadie la estuviera viendo con ese tipo. 


Tuvo que contenerse para no bufar de frustración. Odiaba que le dijeran que era muy joven después de todas las cosas que había tenido que soportar. —¿Ah sí? ¿Eso es una amenaza o una maldición? —Lo desafió, porque realmente le había helado la sangre que lo dijera como algo seguro. Por suerte, encontró alivio en el hecho de que no quería tener hijos. 


Apretó la varita con más fuerza y levantó el brazo para que quedara en claro que estaba poniendo distancia y que lo atacaría si continuaba con eso. —No me obligues —le advirtió mirándolo a los ojos.


Se puso blanca como el papel al escuchar las cosas que su papá le decía. Recordó la mañana anterior, cuando había estado a punto de activar el círculo de transmutación y había pensado "¿por qué tengo que estar aprendiendo estas estupideces en lugar de vivir con Edward felices para siempre?" y POOF, de repente el estallido, la sangre, el dolor, la confusión...

Pero había algo en lo que le estaba diciendo que le llamó la atención. ¿Quería eso decir que a cambio de su sordera había obtenido el final feliz que quería? No podía ser. Ed había ido a verla esa noche para cortar con ella y su padre era un ex-convicto perverso que sólo intentaba confundirla. 

—Vete de aquí. No tengo nada más que hablar contigo —le dijo aún apuntándole con la varita. —¡Y ni se te ocurra volver a escribirte! ¿Entendido? ¡No quiero verte! 


Salió corriendo por el pasillo.

—No me hables con ese tono, jovencia. Aún soy tu padre y bajo las circunstancias que sea, me debes respeto —le dijo con voz de mando y cara de pocos amigos. Incluso había levantado un poco la voz. 

—Es un consejo, de parte de alguien que lo vio casi todo —dijo sosteniéndole la mirada.

—No te atreverías. No a tu propio padre —decretó con seguridad. 

—Ah... sí. Me imaginé que algo de eso habría —dijo cuando la vio palidecer. —Bueno, espero que valga la pena porque, a menos que te decidas a ver a mi amigo, tendrás que vivir con tu sordera de por vida y es una pena, una muchachita tan linda... tan joven.

—¡No vengas llorando a que te diga 'te lo dije'! —Le gritó mientras se marchaba y echó a andar por el pasillo.

—Sí, mío y de medio país —respondió desdeñosa. Le había dolido profundamente enterarse de que él tenía otra familia y que ellos siempre habían sido los segundos, los ilegales. 

Lo miró a los ojos buscando algún atisbo de mentira, pero no lo encontró. Aquello la desanimó. De todas maneras, tenía miedo. Ese tipo de frases dichas a la ligera podían resultar en una maldición inintencional. Lo había leído en algún lado.

—Acércate y averigua cuán inescrupulosa puede ser la descendencia de alguien como tú —lo desafió nuevamente. 

—Ay, por favor —dijo asqueada— suenas como un pervertido. —Y debiste serlo. ¡Mira que involucrarte con una alumna estando casado...!

No lo haré, pensó, pero ya estaba llorando mientras se marchaba a toda velocidad por el pasillo.

—Tu madre oirá sobre esto y, para que lo sepas, en lo que a mí concierne: estás castigada. Cualquier cosa que requiera de mi dinero o mi permiso, puedes darlo por sentado que no lo tendrás hasta que no te disculpes. —Le dijo con el tono que usaba con sus hijos legales, los que por ahí tendían a escucharlo un poco más... al menos antes de que fuera preso.

La amenaza de ella le hizo sentir desagrado en el estómago pero no comprendió por qué. No sabía si era porque ella tenía razón al llamarlo así o porque una parte de él temía lo que pudiera hacerle. Sin embargo, se guardó sus sentimientos y recompuso su expresión.

—Estás muy equivocada, Rose. Ya te darás cuenta. —Dijo como el que cree que sabe más.

—No tienes ni idea de cómo fueron las cosas —se defendió/justificó con sequedad.

La dejó irse, porque no pensaba correr en un colegio lleno de niños atrás de nadie siendo que tenía un prontuario. No quería armar revuelo, pero le escribiría. La visitaría en las fiestas y la haría entrar en razón.

Le revoleó los ojos en círculo. —Nunca estuviste ni física ni materialmente. ¿Qué cambia? —preguntó irritada— Y mamá ya no sabe ni dónde está parada. Ya soy mayor de edad, buena suerte a ambos intentando castigarme.

Estaba furiosa. Así tuviera que mudarse a otra ciudad y trabajar de niñera o institutriz, no pensaba volver a la casa de sus padres.  ¡Ey! ¡Esa es una buena idea que nunca consideré! Pensó   internamente feliz. Ahora ya sabía lo que podía llegar a ser de grande.

Lo dejó al viejo que hablara estupideces, y después se fue.

—Mira, Rose, yo te quiero. Intento hacer lo mejor para ti, pero no tienes ni idea de lo que puedo ser capaz de hacer si me haces enfadar, así que será mejor que ni lo intentes.

La dejó que se fuera. Ya intentaría convencerla por otros medios. Él era un hombre de muchos recursos por más que no tuviera un cobre. Eran otro tipo de recursos.