Demasiado tarde

Mary era una mujer ocupadísima. No una empresaria ni una comerciante, ni siquiera una secretaria. Su trabajo consistía en limpiar Las tres escobas y, ocasionalmente, modelar en paños menores para alguna revista mágica si es que se les habían acabado las brujas más jóvenes y en mejor estado. De lo que hacía cuando estaba lo suficientemente desesperada por dinero es mejor no hablar. 

El jefe de casa de su hija le había escrito el día anterior por la tarde para avisarle que ésta había tenido un accidente y se encontraba en la enfermería, pero al momento de recibir la carta, ella estaba de camino a una cita con un cliente, de manera que no pudo acudir al llamado. El "cliente" la había mantenido ocupada toda la noche, pero apenas se hubo liberado por la mañana, se apareció en su casa, se cambió las ropas de trabajo por unas más decentes, y se volvió a aparecer, esta vez en Hogsmeade. La caminata desde allí había sido larga y agotadora tras una larga noche de "trabajo". Para cuando alcanzó el castillo, la pobre mujer respiraba pesado y transpiraba.

Llegó a la puerta de la enfermería cerca de las nueve de la mañana y golpeó con firmeza. La sumisión que había aprendido a adoptar para poder mantener a su familia se esfumaba cuando se trataba de asuntos oficiales y ahora se paraba tan derecha y orgullosa como si de una bruja de pura estirpe se tratara, esas que se habían casado con miembros del Wizengamot y no juntado como la segunda mujer de un mago de mala muerte que, para colmo de males, había terminado preso. 

La enfermera la hizo pasar y se acercó a la cama que ocupaba su hija. A simple vista la notó entera: dos brazos, dos piernas. Nada grave, se dijo ella que había visto el tipo de pacientes que su pareja había llegado a atender algunas veces.

Se sentó en la cama y acarició el rostro de la muchacha con sus manos ásperas, intentando correrle el cabello de la frente.

Después de la agitada tarde y sobre todo de la extremadamente emocional noche que Rose había pasado hasta no hacía demasiadas horas atrás, la muchacha estaba durmiendo en la novena nube, completamente al margen del mundo o lo que pudiera suceder en él. Estaba enroscada en posición fetal bajo las sábanas y cobertores, con su oreja vendada debajo de ella, de manera que su madre no la notó en el primer estudio que hizo de sus facciones. 

Estaba soñando con Ed. Soñaba que la besaba, que deslizaba sus manos fuertes debajo de las sábanas y la recorría con seguridad y convicción. Sabía que había algo prohibido al respecto. Estaban en la enfermería. No debían estar haciendo ese tipo de cosas allí. La enfermera los suspendería si se enteraba. 

Entonces sintió el contacto de dedos sobre su cabeza y se despertó inmediatamente temiendo que se tratara de la enfermera. Durante una fracción de segundo estuvo convencida de que ésta los había agarrado con las manos en la masa, pero al girar el rostro con una expresión de terror en él se encontró con la familiar cara demacrada de su madre. Eso logró aplacar un poco la taquicardia que la había poseído al pensar en la enfermera.

"Mamá..." Murmuró confundida. Rogó que la mujer se hubiera dignado a vestirse como una persona decente y que sus curvas, no tan abundantes como las que ella había heredado de la abuela, estuvieran cubiertas. Al siguiente segundo se atrevió a bajar la mirada y lo que vio acabó por tranquilizarla. Había sido tonto de su parte pensar que su madre entraría a una escuela semi desnuda, pero no había podido evitar temerlo, en consideración a las cosas que sabía y había visto de ella. "¿Qué haces aquí?" Preguntó aún dormida y confundida. 

"¿Qué hora es?" Añadió sin esperar una respuesta, refregándose los ojos doloridos e hinchados con el dorso de una mano. Recordó que se había dormido llorando. A juzgar por la cantidad de luz que entraba por los enormes ventanales, eso no debía haber sido demasiadas horas atrás, lo que explicaría la picazón en sus ojos. No tenía un reloj con ella, pero estaba segura de que se habría quedado despierta hasta las cuatro o cinco de la mañana. 

Instintivamente, su mano palpó su cuello en busca de algo. Encontró un cordón de cuero entretejido con un diente de dragón engarzado en el collar, si bien las proporciones no cerraban para que eso fuera realmente lo que parecía ser. No había dragones tan pequeños, pero la forma era inconfundible, incluso sin verla,  podía sentir el filo contra su dedo y una calidez le invadió el pecho. Ya no importaba si su madre estaba ahí. Ella estaba tan feliz como podía estarlo, incluso sabiendo que su sueño no sería más que eso, un simple anhelo que no se volvería real.

Sonrió una sonrisa cansada al ver a su hija despertarse. Se sintió aliviada de que la reconociera. Eso la tranquilizó de que no debía ser algo grave, por más que de medicina, ella supiera tanto como de física cuántica. "Buenos días, Rosie. ¿Dormiste bien?" La saludó acomodándose en la cama para dejarle más lugar si se quería sentar o algo. 

La pregunta le dolió. Era obvio que si su hija tenía un accidente ella iba a venir a verla cuanto antes. Una pena que "cuanto antes" fuera un término tan relativo. "El profesor Turpin me mandó una lechuza después del accidente. Quería asegurarme de que estuvieras bien." Apoyó una mano sobre las de ella con suavidad. Se le estrujó el pecho al sentir la piel de Rose, tan delicada en comparación de la suya y eso la hizo sentirse más determinada aún a que su hija pudiera terminar sus estudios y conseguir un trabajo decente.

Ignoró la pregunta sobre la hora. No tenía reloj encima. De hecho, no tenía reloj en absoluto. A demás de su despertador en la mesa de luz del cuarto, el cual se aseguraba de hacerla llegar a su trabajo a tiempo por las mañanas, no poseía otra manera de saber la hora. Había tenido que vender todos los relojes propios y de familia cuando el padre de los chicos cayó preso en Azkaban. Prefería no tener que contarle esas cosas a Rose, que se preocuparía como siempre e intentaría ayudar. Quería que pudiera ser libre de ser joven en los pocos meses que aún le quedaban en el colegio. Ya la vida se encargaría del resto cuando tuviera que salir a buscar un trabajo. 

Mary notó los ojos demacrados de su hija, pero lo atribuyó a las malas noticias que los médicos le habían dado el día anterior, no a asuntos del corazón. Ella se había olvidado hacía mucho de lo que era tener esa edad y estar enamorada... en su caso particular de uno de los profesores. ((¿Y si es por eso que lo echaron a Nigellus de Hogwarts cuando daba clase?)) Por otra parte, su hija nunca le contaba de sus asuntos amorosos. El único novio que le había presentado había pasado a la historia dos años antes, así que hizo lo más cómodo para su mente y asumió que su hijita era demasiado joven para interesarse en muchachos, o que estaba tan espantada de su madre que había aprendido bien la lección y se mantenía alejada de ellos. Dependiendo de lo que la hiciera sentirse mejor cada día. Mary se mentía mucho y se creía esas mentiras. La ayudaba a sobrellevar su vida.

Enarcó las cejas con curiosidad. "¿Y eso?" Preguntó para hacerle conversación de algo más light y no sacarle a colación su sordera primera cosa en la mañana. "¿No crees que un diente de mantícora es un poco agresivo para una jovencita bella como tú?" Había algo de desaprobación en su tono.

((Hablando de enfermerías y médicos... live from teh waiting room. Sepan disculpar las molestias))

Tenía tantas ganas de quedarse en la camita tirada, sin dormir, recordando la noche anterior y preguntándose qué quería decir el colgante que le habían regalado que el encontrarse con su madre primera hora de la mañana no hizo más que irritarla... como si el encontrarse con su madre en cualquier momento, lugar y circunstancia no la pusiera de mal humor. 

La respesta de Rose fur una especie de "ajá" gutural. Bostezó largamente. No pensaba ni sentarse en la cama. Levantarse y encarar un día que había comenzado en una nota tan triste no la moticava. "Eso fue ayer al mediodía." Respondió con irritación y una cara de "no me tomes por idiota, mamá" qie daba miedo.

Su ceño se frunció y su mano se cerró sobre el diente de dragón pigmeo de manera protectora. "Es un diente de dragón pigmeo y no es de tu incumbencia." La corrigió ya bastante más despabilada.

((¿Eh?))

Apretó los labios y reprimió un suspiro de frustración y reprobación. Detestaba que le contestara de ese modo, pero en la enfermería no podía llamarla mocosa desagradecida. Tenía que hacer un buen papel, no desatar un escándalo que diera lugar a una escena. Después de todo lo que había hecho por ella y por su hermano, Mary esperaba un poco más de aprecio de parte de su hija... en cambio, sus preguntas sinceras obtenían un "ajá" vago y una cara de perro. Odiaba a los adolescentes. ¡Habían sido dos niños tan tiernos de pequeños! ¡Tan poco problemáticos en comparación!

—Estaba trabajando —dijo con seriedad, con una mirada que sostenía la de Rose y le advertía que no fuera a hacer un escándalo en la enfermería porque pagaría las consecuencias aunque tuviera que esperar hasta las vacaciones de Navidad para ello. Mary era rencorosa. No se olvidaría. —Tuve un día ocupado. Vine en cuanto pude. Bien sabes que hubiera querido estar aquí inmediatamente —añadió en el mismo tono seco que no daba lugar a discusiones.


Mary enarcó ambas cejas. ¿Que no era de su incumbencia? Rose acababa de hacerlo de su incumbencia, y no se detendría hasta no saber de dónde había sacado ella algo tan desagradable y que indicaba que quien se lo hubiera dado tenía trato con criaturas peligrosas. Ya había perdido la audición, no necesitaba que a demás perdiera una mano por haber intentado acariciar una acromántula semi-domesticada o lo que fuera.

((Nada, que estaba respondiendo desde el celular en la sala de espera del Dr))

Ella no estaba de humor para verla y tener que tratar con sus mil rayes, mucho menos para ponerle buena cara, así que ni se inmutó de que le pusiera expresión reprobatoria. Había crecido viendo de ésas y ya no la asustaban.

—Sí. Me imagino —ironizó ella de mal modo, revoleando los ojos. Reprobaba lo que su madre llamaba trabajo y hubiera preferido morirse de hambre antes que vender su cuerpo. —Sí. Estoy segura —volvió a responderle de mal modo. Bien poco le importaban las caras que su mamá le pusiera o que no quisiera hacer una escena en la enfermería. Ella acababa de perder al amor de su vida y andaba buscando cualquier excusa para pelearse con quien se le cruzara primero. Después de todo, era mayor de edad ¿qué era lo peor que su madre podía hacerle?


Se sentó en la cama, en vista de que no iba a poder estar ahí en paz como hubiera deseado. De repente, la perspectiva de levantarse e ir a desayunar al gran salón antes de la prueba de pociones para la que casi no había repasado por su accidente, le parecía atractivísima. —¿Qué? Soy mayor de edad. —Le recordó con tono de adolescente que se las da de adulto maduro. —Puedo hacer lo que quiera y agradecería que te guardaras las excusas ridículas para Ed que parece adorarlas. Por mí, ni gastes saliva. —Comenzó a vestirse con el uniforme que estaba doblado en la mesa de noche, pero sin quitarse la bata de la enfermería. Eso lo haría recién cuando estuviera más o menos vestida. A diferencia de su mamá, ella sí sabía lo que era el pudor.

—No me hables en ese tono. Me rompo la espalda trabajando para sacar esta familia adelante y que nada les falte a ti y a tu hermano como para que me hagas estos desplantes egoístas. Habría que ver qué haces tú en mi situación con dos hijos y sin otra manera de alimentarlos que tener que fregar baños ajenos —la regañó como siempre. Era una conversación que habían tenido un sinfín de veces.

—No son excusas, Rosie. ¿Crees que no me preocupan tu salud y tu futuro? ¿Para qué te piensas que me mato trabajando? ¿¡Acaso crees que me gusta tener que hacer los sacrificios que hago!? —Inquirió con vehemencia pero por lo bajo.

—Se lo que no haría: no andaría desvistiéndome por ahí por dos sickles. Buscaría otra manera de hacer dinero, así fuera bordando manteles —le espetó de mala manera mientras se vestía, casi sin mirarla, porque no quería llorar y sabía que si la veía se le escaparían las lágrimas de rabia.

—No digo que no te preocupen, digo que tienes las prioridades mal organizadas —la reprendió como si los papeles fueran los inversos. —No lo sé, tal vez te gusta lo que haces... tal vez la pasas bien y eso de aparecer en revistas infla tu ego ahora que ya no puedes ser la reina de la secundaria —le tiró en la cara. En el verano había encontrado "la caja de los recuerdos" de Mary y la había estado revolviendo. Se había hecho una pronta idea del tipo de persona que había sido ella a su edad con solo ver las fotos que tenía y la corona de reina del baile y demás. Ya entonces era una experta en el arte de provocar, podía notarse. 

—Tal vez el tener la atención de muchos hombres te hace compensar el que nunca fueras tan importante para que papá dejara a su mujer... ¡¡yo qué sé!! Si quieres una mejor lectura, hazte analizar y si no sabes lo que es eso, pues ¡recursa estudios muggle! 

Para ese momento se había terminado de vestir y salió de la enfermería dando un portazo.