Ruta de escape, Beta Test.

((Ya te extrañaba. ¿Cómo estuvo ese TP? Versión más objetiva.))

Laz se estremeció involuntariamente por vez incontable esa noche. Sentía el frío dentro de sus huesos, aunque al contacto con la piel de otra persona se lo hubiera sentido normal. Ni más frío, ni más caliente. Pegajoso y transpirado, pero normal de temperatura.

La idea de ella lo aterró. Se le había cruzado la idea durante la noche, pero como concepto totalmente independiente del que ella se hubiera desmayado o él se estuviera sintiendo inexplicáblemente helado (cosa que de todas formas, en ese momento podía bien deberse al clima).

El temor se registró en el rostro de Laz cuando le respondió con otra pregunta. "¿Qué pasaría si fuimos hechizados y la enfermera no descubre qué fue... y la maldición continúa progresando?" Volvió a estremecerse. Esta vez por el concepto en su mente de ella en el hospital, sin poder caminar, tal vez comatosa y él, tendido en la litera de al lado, estremeciéndose y hablando quizás incoherencias entre delirios que nadie más podía ver. Ambos un misterio para los médicos y enfermeras que los miraban con lástima, devanándose los cerebros sin saber cómo curarlos. La imaginación de Laz era fecunda, especialmente cuando el temor la espoleaba.

¿Acaso habían sido reales las salamandras que había visto trepando por la pared del depósito durante la noche? Se preguntó ahora por primera vez. Las había ignorado, creyéndolas verdaderas y tan inofensivas como cualquier reptil de su clase. Tal vez ellas también se escondían del frío de la noche en ese lugar húmedo y lleno de tierra. O tal vez no.Preguntarle al respecto le daba miedo.

((Idea: Se me ocurrió que por ahí era una maldición mortal con varios síntomas, pero que como ellos estaban lejos y les pegó de rebote y eran dos personas y no una, no los mató, y cada uno exhibe parte de los síntimas o otros, que ninguno captó, fueron a romper los vidrios de la ventana y demás.))

((O hablamos del TP, o somos felices. Seamos felices.))

En cualquiera de las dos circunstancias, la planteada por ella y la planteada por Laz, lo más seguro parecía ser anteponer su salud a la posibilidad de ser expulsados... o morir. Revisó mentalmente las partes de su cuerpo y las sensaciones extrañas que tenía, evaluando el estado de su salud. No se sentía nada bien, y su mente seguía nublado con serias dificultades de análisis. Normalmente, a medida que algo ocurría a su alrededor, los pensamientos, varios y diferentes, acudían a ella a gran velocidad. Giselle sólo debía encargarse de ordenarlos y clasificarlos. Pero ahora las cosas parecían haber cambiado. Era como si ella tuviera que nadar en un éter insípido, en busca de algún pensamiento vagabundo. Era desesperante.

_Vayamos, entonces -murmuró-. La duda me inquieta más que cualquier tipo de certeza.

((Me gusta. Como los efectos de una maldición mortal, repartidos a la mitad. La única manera de detectar qué fue, sería que se los analice como si entre ambos formaran una sola víctima. Iiieiii. Es interesante. Se me hace a caso del Dr House. A Cora le va a encantar.))

((Ok. Seamos felices entonces.))

Asintió de manera apenas perceptible, pero parecía determinado a pesar de que su rostro tenía una apariencia cetrina y parecía afiebrado. Se levantó de la cama de bolsas de tierra con cierta reticencia. Sentía que podía tirarse ahí y dormir tres días si se quedaba solo. También sabía que en el momento en que salieran del depósito el momento de intimidad se terminaría al menos desde el punto de vista de él y era algo que no quería, por más mal que se sintiera. Dudaba que después de esa noche ella quisiera volver a pasar tiempo en su compañía, a pesar de que en su delirio de cansancio incoherente hubiera dicho lo contrario.

El ponerse de pie le costó mucho más de lo que hubiera creído. A diferencia de Giselle, a quien las piernas habían dejado de responderle antes de que cayera inconsciente, él no se sentía débil per sé, pero era como si su cuerpo no respondiera a las órdenes que su cerebro le daba. Su mente, medio confundida por la falta de sueño, lo asoció libremente con Jason Becker, pero no podía imaginarse que alguien pudiera idear una maldición tan espeluznante para proteger algo que si bien había sonado importante, tampoco le parecía para tanto. No es que estaban prediciendo el fin del mundo. A lo sumo un montón de muggles como él y sangres sucias.

Giró para verla y la estudió con ojo crítico. "¿Crees que puedes caminar?" Hubiera querido preguntarle como se sentía pero su orgullo se lo prohibió.

((Ponele que repartidos en tres si una parte se la llevó el vidrio de la ventana. Cosa que el rompecabezas no sea tan simple como sumar lo de ella mas lo de él. Así Cora tiene para entretenerse.))

Asintió, sin dar otra respuesta. Sus piernas a penas temblaban, estaría bien. Se acomodó un poco la ropa, asegurándose de que al levantarse no exhibiría nada que considerara inapropiado -es decir, nada en absoluto-, y luego comenzó a levantarse. A medida que sus músculos se tensaban, el temblor se hacía más evidente. Cuando faltaba poco para que pudiera erigirse, un brusco temblequeo en sus piernas la devolvió al piso.

Miró hacia abajo, evitando una posible mirada de Laz. Si la había visto, y había hecho algún gesto, no quería saber cuál. No quería verlo preocupado o negativo. Necesitaba que él fuera estable, y algo en su intuición le decía que su estado físico sería motivo de problemas.

Se ayudó con las manos, y ocurrió lo mismo. Los síntomas parecían los mismos que los de la noche anterior: podía moverse y hacer algo de fuerza, pero pasado determinado punto, sus piernas se resentían.

Se levantó más lentamente, calculando la fuerza que hacía con ojo -o más bien tacto- crítico, y consiguió ponerse de pie. Sin embargo, el temblor involuntario de sus piernas era evidente.

Se sabía completamente inexpresiva en cualquier circunstancia. Pero en ese momento, en ese preciso instante en que se preguntó si podría caminar normalmente alguna vez, supo que su miedo se reflejaba en su rostro. Debía ser imposible de disimular.

Continuó evitando a Laz con la mirada mientras se separaba de las bolsas.

Él por su parte, tenía otro tipo de problemas con su cuerpo. Era como si su cerebelo no terminara de enviar los impulsos de manera correcta. En un momento, había querido acomodarse él también la túnica, cerrándose el alamar y había pifiado por varios centímetros el lugar donde éste se encontraba, por más que eso era algo que siempre hacía de manera instintiva y podía hacerlo tranquilamente con los ojos cerrados. Ahora no podía ni con los ojos abiertos.

Su mente, en cambio, parecía más aguda que nunca, cansada, sí, pero a mil por hora, como si estuviera pasado de revoluciones y no pudiera concentrarse en un solo pensamiento por vez. Eso le sucedía cuando se quedaba despierto hasta tarde o bebía demasiado café, pero en este caso había dormido algo, no se justificaba. Así como tampoco se justificaba que de a momentos creyera ver algo con su visión periférica que cuando miraba con más detenimiento no estaba ahí. Esta vez había sido la cola de un gato. No todo el gato, solo la cola, flotando en el aire como si el resto del animal fuera invisible. Pero no había animal alguno ni cola, ni nada.

De ser menos inconsciente, se hubiera preocupado, pero estaba gastando toda su preocupación en ella. Frunció el ceño al verla caer, en desaprobación a esas rodillas que no la sostenían. Pensó que debía comer más. Estiró los brazos para atajarla por los antebrazos y darle estabilidad mientras ella probaba de nuevo hasta poder balancearse.

"Ok. Esto no va a funcionar." Declaró. Estiró la mano para tomar el brazo de ella con la intención de pasárselo alrededor de los hombros y así poder ayudarla a soportar el peso de su cuerpo pero nuevamente, pifió el objetivo por una decena de centímetros. Pestañeó extrañado, porque había tenido la vista fija en el brazo de ella y todo. No comprendía qué le estaba pasando y no era algo que hubiera experimentado antes. -Definitivamente. Primera parada: la enfermería- pensó. -si ésta no se me desmaya antes...- añadió con humor ácido esta vez calculando mejor y compensando en su cabeza para tomar la muñeca de Selle, apuntando a donde ésta no estaba.

"Creo que en verdad deberíamos ir a la enfermería." Se atrevió a admitir el orgulloso muchacho mientras pasaba un brazo por la cintura de ella sintiendo que estaba invadiendo lo que no le correspondía, y se aseguraba el otro alrededor de los hombros. ((Si es mucho godmooding avisá))

Abrió la puerta del depósito con una patada sutil y miró afuera. Era una mañana brumosa pero no parecía haber nadie ahí afuera.

En otras circunstancias, Giselle hubiera estado pensando en el lugar, las probabilidades de ser descubiertos, habría acusado el oído en demasía, pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor. Pero no. Su mente estaba casi derrotada. Tanto que ya casi ni notaba la diferencia. Tampoco le importó, como anteriormente, la cercanía física de Laz. Resultaba muy natural cuando no se pensaba en ello.

Lo único en lo que ponía atención, era en sus piernas. ¿Por qué no respondían como deberían? Trataba de recordar algo aprendido en la clase de Artes Oscuras de cuando estaba en Durmstrang. Eran mucho más avanzadas que las de Hogwarts, y aún así no recordaba nada que le fuera de utilidad. "Tal vez lo recuerde luego..." pensó, tratando de alentarse a pensar que luego de unas cuantas horas de descanso, recuperaría su cerebro.

Se aferró a la cintura de Laz, ya que estuvo cerca de tropezar nuevamente.

El aire matutino la refrescó. La niebla y la humedad nunca le habían resultado tan agradables. Por primera vez en unas cuantas horas, sintió hambre.

Resultaba evidente que ambos estaban en mala forma. Una Giselle que no parecía tener problemas con el contacto físico y un Lazarus que dejaba de lado su orgullo eran un signo claro de preocupación para quien lo supiera reconocer. Parte del cerebro del joven le permitió adivinar que algo debía andar mal pero, como ella, era más fácil llevar a cabo lo que se proponían sin pensar: en piloto automático. Era algo que a veces le sucedía cuando estaba demasiado cansado o había pasado más estrés del que podía manejar sin dormir como corresponde en el medio.

Como pudo, comenzó a recorrer el camino que los llevaría al castillo, cargando con su propio cuerpo tembloroso, así como con parte del peso del de Giselle, que no parecía responder como era debido. En cierto modo, le recordó a su propia mente en ese momento, incapaz de trabajar con la claridad habitual. Él lo atribuyó a la falta de sueño. Una maldición estaba más allá de sus habilidades deductivas en ese momento. 

El camino directo al castillo era mucho más corto que la ruta tomada la noche anterior para evitar ser descubiertos y, con todos los profesores en el comedor, lo más probable era que pudieran llegar sin problema, al menos hasta el hall de entrada. Tres pisos hasta la enfermería con ella a cuesta le parecía una empresa irrealizable, pero ya vería cómo se las arreglaba cuando llegara el momento. "¿Crees que la enfermera podrá ayudarnos?" Había un dejo de duda en su voz generalmente segura. Laz era el tipo de persona que debía ser arrastrado a la enfermería pateando y mordiendo. La enfermera era un interesante objeto de las fantasías de casi todos los estudiantes, pero Laz no confiaba en ella. Por regla general no confiaba en nadie y en este caso en particular ni siquiera entendía cuál era el problema. Por momentos, todo parecía más claro, pero luego volvía a estremecerse bajo el sudor frío que lo recubría y su mente se perdía en el abismo de no pensar en nada.

La voz de Laz cortó el silencio en que Giselle se había perdido.

La enfermera...

Aunque en su tiempo libre ayudaba en la enfermería, por sus pocas aptitudes sociales, no la conocía gran cosa. Sí había sido una aprendiz laboriosa y disciplinada, que pasaba horas en silencio y trabajando sin hacer preguntas. Tampoco se las había hecho para sí.

_No lo sé... -respondió, tratando de pensar que así sería. Pero no podía recordar nada que le diera esperanzas de que sí.

Miró el enorme castillo que se erigía ante ellos, y le entristeció la realidad de que sería demasiado largo el trecho hasta la enfermería. Más aún si sus piernas no respondían. "Ojalá pudiéramos aparecernos, o ser pájaros para volar hasta ahí... cualquier cosa menos caminar..." pensó.

Giró sus ojos hacia Laz, que estaba muy cerca de ella. Lo contempló implorante, mientras decidía si quería o no hacer la pregunta de la que posiblemente se arrepentiría. Suspiró, sintiendo sus piernas cada vez más inútiles.

_¿Crees que...? -comenzó, pero necesitó un poco más de valor- ¿Y si realizamos un conjuro convocador, para traer tu escoba...? ¿Crees que podríamos...? ¿Que podrías llevarme... volando?

Le faltó fuerza para concretar la idea, pero apelaba a que la inteligencia de Laz la finalizara por ella. Era más corto y más rápido el camino, si volaban por afuera del castillo y se colaban por una de las ventanas del tercer piso, en el ala sur.

((Limé, si no te parece, edito))

((Limá más seguido. ¡Es una idea brillante!))

Lejos estaba él de sospechar que su amiga ayudaba a la enfermera en sus ratos libres. A pesar de su tendencia a meterse en problemas y de los accidentes típicos de los jugadores de Quidditch, Laz sentía una acuciada aversión hacia la enfermería que lo mantenía lo más lejos posible de la misma siempre que podía. Lo que no quería decir que no hubiera acabado allí en más de una oportunidad muy contra su voluntad. De cualquier manera, no sabía lo suficiente de la enfermera como para poder hacer conjeturas propias.

La respuesta de ella no pareció aportarle mucha más información, pero intentó que su desánimo no se trasluciera en el rostro cansado que tenía. Ante la distancia al castillo, Laz también deseó que hubiera un medio de transporte más rápido y cómodo, pero dudaba mucho que ella, enemiga declarada de volar en escoba, fuera a aceptar la alternativa. Por eso ni se molestó en traerla a colación.

Grande fue su sorpresa al oír esas palabras saliendo de la boca de Selle. La miró incrédulo durante un segundo y después asintió. "¡Pensé que nunca lo pedirías!" Laz era la única persona capaz de bromear en un momento como ese. En realidad, era su manera de manejar el estrés.

Su mano sacó la varita, pero le tomó un par de intentos hacer bien el encantamiento. Su cuerpo entero se sacudía demasiado como para que la motricidad fina requerida para convocar la escoba funcionara. Eso le causó varios chasquidos de lengua contra el paladar pero finalmente la fuerza del hechizo salió disparada y despareció en dirección al castillo. Esperaron unos minutos que parecieron una eternidad en el frío de la mañana hasta que la escoba de Laz apareció volando en dirección a ellos. La tenía tan bien guardada, que convocarla resultaba un verdadero trastorno.

El vehículo se detuvo junto a él, a la altura propicia para ser montado. Laz guardó la varita antes de sujetar el palo de la escoba con la mano y pasar un pié sobre éste. Se ubicó más adelante de lo que hubiera sido normal, para dejarle lugar a ella atrás. Entonces le tendió la mano para ayudarla a subir. Por más que ella hubiera dicho que tenía pánico a volar, él asumía que debía haber visto otra gente volar, al menos lo suficiente como para saber qué hacer. No concebía un mundo donde la gente no tenía ni la menor idea ni interés sobre volar.

Contempló la escoba algo aturdida. ¿Qué se suponía que hiciera? Miró fugazmente a Laz, pero sintió vergüenza y sus ojos regresaron a la escoba, aún quieta. El sentía pasión por volar, era parte de su naturaleza... ¿podría entender el terror y la confusión de ella?

Trató de analizarlo, pero tenía aún el cerebro algo... lento.

¿Dónde se suponía que se sentara? Si lo hacía detrás, ella podría sujetarse de la cintura de Laz, pero él no podría ayudarla con los movimientos (si es que tenía que hacerla), si se sentaba delante de él, y ambos con las manos sobre la escoba ¿podría conducir cómodo?

Sabía que tenía que hacer algo, pero no podría resolver qué. Eso le punzó un poco de mal humor, pero tuvo que reprimirlo. Ya había pasado demasiado tiempo, Laz de seguro ya se había dado cuenta de que ella no sabía que hacer, pensó.

_¿Dónde... dónde voy? -sintetizó.

De haber estado él también más despejado, tal vez Laz se hubiera dado cuenta antes de que Selle no tenía la más mínima idea de qué hacer con la escoba y él. O tal vez no. Quizás hubiera sido cegado por sus creencias de que todos los magos debían estar familiarizados con las escobas, incluso los que eran hijos de muggles como él. En cualquier caso, lo que sea que les hubiera pasado en la casa de los gritos impedía que Laz hiciera grandes conjeturas y hasta las deducciones más simples se le escapaban tanto como a Giselle. 

"Eh..." Tardó un momento en entender la pregunta. Su cuerpo aún se sacudía afiebrado. "Siéntate detrás de mí y agárrate fuerte." Era la indicación que, maquinalmente, le hubiera dado a cualquiera que hubiera volado con él. De hecho, muchas veces había imaginado que había alguien especial en su vida a quien poder llevar de paseo en su escoba y tal vez por eso la frase tan ensayada en su cabeza salió con facilidad, aunque no viniera del todo al caso. Selle era Selle, recordó como si no fuera obvio. "No te preocupes. Iremos lentamente y apenas a un metro del suelo." Aseguró cuando alguna parte de su mente le recordó que ella había se había mostrado horrorizada ante la idea de volar. 

De haber sabido que sus deseos se cumplirían de esa manera tan retorcida, hubiera hecho más caso del dicho que comienza con "cuidado con lo que deseas...", pero Laz no se caracterizaba por pensar antes de actuar.

Todo le parecía detestable en la idea de volar. El peligro, la falta de estabilidad, la incomodidad a la hora de sentarse, la absurda idea de que el cuerpo hiciera algo para lo que no estaba naturalmente preparado.

"Por algo nacemos sin alas", pensó. Pero no lo dijo. Sabía, incluso en ese estado, cuánto se apasionaba Laz por el vuelo.

Puso una pierna a cada lado de la escoba. No estaba del todo segura de si debía sentarse en ese momento sobre el palo, o si debía esperar a que Laz levantara vuelvo. La otra parte no estaba muy clara tampoco. ¿Aferrarse a él? Sería por la cintura, supuso. Con sus brazos temblorosos, lo rodeó y apretó con toda la fuerza que pudo. No era mucha, considerando su estado de debilidad. Parte de miedo se disipó cuando lo tuvo tan cerca. Él no la dejaría caer. Apoyó una mejilla en su espalda, y cerró los ojos.

A él, la idea de volar con ella, aunque fuera en esas condiciones lo entusiasmaba. Incluso a un metro del piso y considerando que hubiera preferido que su deseo no se cumpliera a que se diera así. De todas maneras, era motivo para estrés y se sintió tan nervioso como ella se veía. 

Esperó a que ella se acomodara para mirar sobre su hombro y asegurarse de que ella no estaba haciendo alguna locura. "Puedes apoyar los pies en los estribos. Te será más cómodo, viajarás más estable y yo no los necesito." Y por primera vez en su vida decía algo así sin que fuera a causa de su enorme ego. 

"¿Lista?" La pregunta era retórica. Laz despegó unas pulgadas más del suelo cuando la asumió acomodada y la escoba comenzó a flotar lentamente en dirección al castillo. Era más rápido que arrastrarse juntos, pero mantuvo la velocidad crucero a paso de hombre, por deferencia a ella. Quizás, si no se espantaba y se dignaba a volver a pasar tiempo con él, una primera vez tranquila la hiciera animarse a volver a volar en escoba.

Él estaba incómodo. El hechizo de almohadón, cual asiento de bicicleta, estaba más atrás, a la altura de ella, pero había sido deliberado. Podía vivir con un rato de dolor de pelotas. Total, la mayoría del resto del cuerpo ya le dolía da una u otra forma.

((JAJAJAJAJAJA DOLOR DE PELOTAS JAJAJAJAJAJA. Ok, manto de seriedad, y posteo en 3, 2, 1...))

Obedeció acerca de los estribos, y se aferró aún más a él. No porque tuviera más fuerza, sino porque le daba cierta seguridad.

Cuando la escoba se elevó un poco, sintió el peso de su cuerpo sobra las piernas, le temblaban un poco, pero no tanto como cuando intentaba caminar. Así irían más rápido, si sus piernas resistían tiempo suficiente. Trató de no pensar en el momento en que Laz tendría que elevarse hasta el tercer piso.

Abrió los ojos para evaluar la velocidad de avance, pero como no quería saberlo, los cerró nuevamente y se dejó llevar.

((Imaginate andar en el caño de la bici... o te duele le cul o son las bolas XD))

A demás de los estribos, le había cedido a Giselle la parte de la escoba que tenía el encantamiento de "asiento de bicicleta invisible", así que, al menos ella, viajaría de manera más cómoda. Él... estaba acostumbrado a hacer ciertos sacrificios. Su hermana era la hija favorita y ya lo tenía asumido.

En medio del frío que sentía, el cuerpo de ella contra el suyo lo hizo sentirse levemente mejor, aunque el efecto tenía más de psicológico que de físico considerando la maldición que compartían. Repentinamente se sintió nervioso y muy consciente de la cercanía de ella, pero no le molestó. Simplemente quería asegurarse de no hacer nada que fuera a desmerecerlo a ojos de ella.

"Puedes sentarte." Indicó. "Es acolchado." Sonrió para sí ante la idea de que ella estuviera tan perdida en el mundo de las escobas como para no saber eso. Le parecía tierno de cierta manera. 

La llevó rodeando la pared del castillo a una velocidad de crucero similar al paso hombre. Al llegar frente a la puerta del castillo, se mandó hacia ella y ambas hojas de gruesa madera se abrieron para darle paso a la escoba, que subió con impulso constante las escaleras principales, flotando un metro por encima de la misma, para sorpresa de los pocos alumnos que habían tenido la rara ocurrencia de levantarse a esa hora un sábado.

Giselle simplemente obedeció cuando el le dijo que se podía sentar. Pero no escuchó razones. Su mente estaba tan apagada, que escuchaba y hacía, sin detenerse en los intermedios. Si hubiera sido capas de darse cuenta de ello, habría notado cuánto más fácil era vivir sin pensar todo el tiempo en todo. Pero no, lejos estaba de poder analizarlo.

Aferrada a él, no quiso pensar en la escoba avanzando. Sabía que la velocidad era casi imperceptible, porque no sentía el aire hacia su cara, sino la misma brisa de ambiente que se sentía desde que salió del invernadero.

Mantuvo los ojos cerrados así que adivinó que habían entrado al castillo por el cambio de temperatura y olor en el aire. Su corazón dio un brinco al escuchar exclamaciones en voces a su alrededor. Pensó que irían por afuera, y entrarían por alguna ventana.

Apretó aún más los ojos, mientras se repetía a sí misma que eso no estaba sucediendo.

La mente embotada de Laz, y su tendencia a hacer las cosas siempre de la misma manera, lo condicionaron para llevarla por dentro del castillo. Jamás se le hubiera ocurrido entrar por una ventana salvo que su mente estuviera en plan de travesura y, si la idea era hacerla pasar por accidentada, mejor sería que hicieran buen papel. Era menos sospechoso llevar a una enferma por la puerta que por la ventana.

Tener a Selle tan aferrada a él, que apenas estaba volando a unos pocos pies del piso y a una velocidad que le hubiera merecido varias comparaciones peyorativas ingeniosas, lo hizo darse cuenta de lo mucho que debía temer al vuelo. La dicotomía entre acelerar para llegar más rápido y no hacerlo para no asustarla peor era complicada. Pensar en ello lo hizo estremecerse a pesar del calor que el cuerpo de su pasajera le reportaba. No se le había ocurrido culpar a lo que no sabían si había sido una maldición, un hechizo protector o algo innombrable. 

Eventualmente llegaron al tercer piso y al ala de la enfermería. Llamar la atención había sido inevitable. Los pasillos más alejados eran estrechos y el riesgo de que sus manos temblorosas no pudieran manejar bien la escoba en el reducido espacio lo llevó a tomar esa decisión. De él venían hablando mal hacía años. A ella el público en general no parecía tenerle demasiado aprecio. ¿Qué tanto podían decir sobre ellos que fuera tan terrible?

La escoba se detuvo con la misma suavidad con que venía viajando y Laz volteó la cabeza para observar a su copiloto. "Ya llegamos. ¿Puedes pararte?" La idea de dejarla sobre la escoba y bajarse primero para ayudarla sonaba poco tentadora. Con la predisposición que Selle parecía mostrar para el vuelo y la suerte que los había acompañado en las últimas horas, había posibilidades de que el vehículo se cayera por falta de estímulo. ¡La frutilla del postre!

Lentamente, apoyó los pies en el piso, pero el peso de su cuerpo seguía sobre el asiento. "Lo intentaré", pensó decir. De hecho, pensó que lo había dicho. Pero no. Las palabras se perdieron en su garganta.

Poco a poco, fue pasando el peso de su cuerpo a sus piernas. Sentía en las rodillas una mezcla de entumecimiento y cosquilleo. Frenó un poco, y luego siguió distribuyendo el peso con lentitud. Cuando estuvo parada, levantó una pierna para pasarla del otro lado de la escoba, y sin más, cayó al piso sin poder reaccionar a tiempo de sujetarse.

Le dio vergüenza. Que Laz la viera en esa situación de vulnerabilidad, comenzaba a resultarle insoportable. Agradeció que el pelo se le hubiera desparramado delante del rostro, para que le no viera su repentino enrojecimiento.

Lentamente, comenzó a levantarse.

Laz la observaba. Apoyó sus pies en el suelo cuando Selle lo hizo y paso el peso de su cuerpo al que estaba del mismo lado que ella, mentalmente preparándose y sintiéndose listo para ayudarla si ella lo necesitaba. 

La vio caer en cámara lenta. Intentó reaccionar y tampoco pudo. La sorpresa le congeló la mente y su capacidad de reacción se redujo a cero. Una expresión de dolor cruzó brevemente su rostro al imaginar que la caída debía haberla sentido. 

Apenas pudo reaccionar, pasó la otra pierna por encima de la escoba y dejó que ésta cayera al suelo en lugar de cargarla con el cariño y cuidado habitual. Tenía la vista fija en Giselle y se dirigió a su lado. 

"Cuidado..." Murmuró. Se agachó con la intención de ayudarla y extendía un brazo cuando el mundo le giró de repente y Laz palideció antes de caer al suelo junto a ella. "Ow..." Pensó al sentir la punta de un adoquín en la nuca. Su piel se estaba tornando ligeramente verde y el blanco de sus ojos, amarillo, con el tono que ciertas maldiciones daban a la gente.