Observando el castillo

Hacía poco que había llegado y todas sus cosas ya estaban acomodadas en la sala común de Hufflepuff. No es que tuviera tantas tampoco, la gran mayoría de sus pertenencias habían quedado en su propio castillo en Finlandia. El resto de sus petates eran cosas prestadas o regaladas por la familia Moxley durante su año de estadía con ellos.

Había salido a dar un paseo al atardecer, antes de que sirvieran la cena y como todavía no tenía ningún tipo de tarea que completar le había parecido bien caminar un poco.

Sus pensamientos lo llevaron hasta el puente desde donde tenía una vista panorámica de los terrenos, aquellos que todavía no conocía por completo pero que había comenzado a amar desde que había llegado.

El año anterior las cosas habían sido demasiado turbulentas como para poder entender y atesorar vistas como estas. Su prima, sus nuevos amigos, los profesores, tratar de convivir en sociedad después de haber estado recluído por casi cinco años. Todo esto había pasado tan rápido que le costaba ordenar sus recuerdos en una línea comprensible.

Para peor, cuando pensaba que iba a poder descansar y poder charlar a fondo con su prima en las vacaciones, había tenido que salir en viaje de urgencia para defender sus terrenos de algunos tramperos e incursionadores, a los cuales también se sumaron gobiernos y autoridades que exigían pagos de impuestos atrasados y nuevas tasaciones.

Así, entre estos pensamientos, Christoff se hallaba apoyado con los codos sobre la baranda, mirando hacia el castillo deteniéndose en partes que conocía y en otras que intentaba imaginar a cuales se corresponderían con el interior.

Hablando de períodos de adaptación. Jace estaba en pleno maremoto. Hacía relativamente poco que había sido transformado en hombre lobo y luego pateado de la casa por su familia, solo para conseguir lástima, ofertas de trabajo desagradables y consejos racistas de parte de sus dos hermanos mayores que no sabían meterse en sus propios asuntos y tampoco aprobaban que él decidiera no aceptar caridades. 

En lugar de eso, se había enterquecido en mantenerse solo y había rogado por trabajo hasta que finalmente había conseguido el puesto de cuidador de los terrenos del colegio a cuyas responsabilidades aún se estaba acostumbrando. La parte de trabajo físico le resultaba fácil con sus nuevos músculos super desarollados por el cambio, pero las sutilezas de mantener vivas las plantas de calabaza gigantes en el huerto resultaban demasiado para el pobre chico que sólo había querido ser periodista.

Venía del castillo. Había terminado de comerse unos snacks en la cocina y ahora se marchaba al bosque a cortar algo de leña para calentar su cabina esa noche. Tenía puesto un abrigo de cuero bastante gastado por el clima y un hacha enorme al hombro. Venía silbando una canción cuando notó a un tipo enorme contra la baranda del puente. No lo reconoció como ninguno de los profesores y su memoria no era tan buena como para ubicar al muchachote enorme que se había cruzado en la puerta de la oficina de Campbell. 

—¡Eh! ¡Usted! —Le gritó a varios metros de distancia en tono poco amistoso, sacando la varita con la mano que no mantenía el hacha contra su hombro. Sintió que le faltaba masa muscular para poder intimidar a alguien de ese tamaño, pero confiaba en su capacidad mágica.