Jenna se encontraba frente al fuego, tomando una taza de té de hibiscus con unas tostadas a modo de cena. No es que estuviera a dieta, es que andaba con tantas cosas en la cabeza que le costaba sentir hambre. La verdad es que el rubio estaba empezando a afectarle. Ya en la secundaria estaba enamoradísima de él pero había pretendido odiarlo para no caer en la trampa y convertirse en una estadística más de la manía que Matthew Rogers tenía de jugar con los sentimientos de las mujeres.
Sin embargo, ahí sentada, con su perro a los pies, no pudo evitar pensar en él. Quería verlo. Lo extrañaba aunque se hubieran visto dos días antes. Se obsesionaba con él cuando no estaban juntos y eso que se veían seguido por cuestiones laborales y otras excusas que ambos inventaban para juntarse a hablar de estupideces y ver películas de la manera más inocente.
Pensó en llamarlo, pero no correspondía. Él debía haber estado trabajando todo el día entre las clases y su empresa y ahora seguramente querría descansar... si es que sus hijos se lo permitían. Juntarse con ella a tomar té y mirar el techo seguramente no entraba en su lista de prioridades. A demás, quería mantener su apariencia de superada, de que él no le importaba y si se juntaban era sólo porque él lo proponía o el trabajo lo requería. Que fuera él quien encontrara las excusas. Ella era demasiado orgullosa y temía demasiado su reputación de romeo como para arriesgarse a involucrarse emocionalmente...
Así y todo, sus emociones a veces la traicionaban. Frente a él hacía de cuenta que nunca le había interesado, que no se había pasado toda la secundaria secretamente enamorada, fingiendo detestarlo para mantenerlo desinteresado. Ahora era la empresaria superada muy por encima de hombres de su calibre... pero de madrugada, a solas en su habitación, se moría de insomnio imaginándolo sin la ropa.