El hijo perdido

Era de madrugada. Lizzy estaba dormida despatarradísima en la cama que compartía con David y de la cual ocupaba más de la mitad entre ella y su estómago.

De repente, un sonido en la oscuridad la despertó en estado de alerta y al segundo siguiente, saltaba fuera de la cama varita en mano. Era algo a lo que se había acostumbrado, si bien ella manejaba el wandless casting con facilidad por haber estudiado en Salem U.

De repente, el vidrio de la ventana se rompió en pedazos y ella lanzó un cojuro para convertirlo en polvo, mientras que observaba cómo una carta entraba volando por el hueco como si fuera un pájaro. Reconoció de inmediato la manera en que su antiguo jefe solía enviarles mensajes en el nuevo mundo y se preguntó de qué la iría, siendo que ellos ya no estaban a su servicio después de la transferencia.

La nota decía: "Tengo una pista sobre el grupo de tráfico de personas que se les escapó en Cali. Si pudieran ayudarnos a capturarlos para que nadie más vuelva a salir perjudicado tal vez puedan averiguar qué fue de su hijo."

Él tenía el sueño algo más pesado que el de ella, por lo que tardó un poco más en reaccionar. De haber sido una situación de vida o muerte, oxidado como estaba, se hubiera muerto.

En cambio, saltó de la cama como gato asustado, poniéndose en guardia al igual que Liz, pero recién cuando el vidrio se rompió. Se despertó para ver los cristales convertidos en un polvo fino que bañó la habitación mientras que una ráfaga de aire frío entraba en el dormitorio. Sus músculos se tensaron aún más a causa de la baja de temperatura, pero enseguida Dave reconoció el tipo de mensaje y bajó la guardia. Ahora nada más se moría de curiosidad por saber qué podía querer con ellos su antiguo jefe. Malos recuerdos se apiñaron en su mente, pero los suprimió.

Liz se acercó inmediatamente a la notita y la tomó con su mano libre, encendiendo la punta de la varita mientras usaba torpemente ambas manos para estirar el papel, haciendo sombras raras en las paredes con la luz que movía de un lado para el otro agarrada la varita como estaba con tres dedos. 

Recién cuando estuvo estirada la nota le apuntó bien y sus ojos volaron sobre la nota. No la comprendió. No es que estuviera demasiado dormida; se había despertado totalmente consciente con un subidón de adrenalina. Simplemente la noticia era demasiado tentadora, demasiado bomba y tocaba temas muy delicados como para que ella pudiera creer que no se trataba de una broma de pésimo gusto. 

Palideció tremendamente mientras la releía a toda velocidad una segunda vez y buscó con temor casi infantil la mirada de Dave. Luego, sus ojos quemaron con la determinación de hacer todo lo que estuviera en su poder por recuperar a su otro hijo. Siempre había sido valiente al extremo de ser descuidada, pero con Dave a su lado, se sentía capaz de cualquier cosa.

Se acercó a Liz cuando ella tomó el papel y encendió su propia varita, con la que le iluminó para que pudiera estirarlo mejor, ya que la de ella estaba proyectando en las paredes.

Intentó leer por sobre su hombro pero aún tenía los ojos demasiado "recién despiertos". Sin embargo, no se le escapó la manera en que la persona más valiente que conocía, palidecía en cuestión de segundos y sintió un nudo en el estómago al pensar en qué podía ser tan grave como para que ella reaccionara así.

Esta vez le puso más esfuerzo y, mientras ella releía la nota, él trataba de comprender la escritura de su antiguo jefe. También se sintió mareado como si hubiera palidecido al terminar de leer la nota e, instintivamente, buscó la mirada de ella con la suya como Liz había hecho.

La determinación en los ojos de él fue inmediata, pero vino cargada de miedo. Apenas si lograba mantener a raya a quellos demonios que habían dejado atrás en el nuevo continente, como para ir corriendo a su encuentro con falsas promesas. Pero si había una posibilidad por remota que fuera de encontrar a quienes habían raptado a su hijo y vengarse, sabía que estaba tan dispuesto como ella de aprovecharla hasta el final, incluso si generalmente parecía un tipo cobarde.

—¿Cuándo nos vamos? —Preguntó simplemente.

La mirada de él la hizo sentirse más tranquila y a partir de eso comenzó a recuperar la sangre fría. La necesitaría para poder cumplir con esa misión que era tan pero tan personal.

—¿Qué tan rápido puedes empacar? —Le respondió medio a modo de broma, haciendo un conjuro con las manos sin siquiera pensar en lo que hacía. Al segundo siguiente, el vidrio de la ventana se encontraba nuevamente en su lugar y el polvillo había desaparecido del suelo y los muebles de la habitación. Tantas veces los había despertado así su jefe que podía reparar ventanas hasta dormida. 

De inmediato hizo un conjuro con la varita que sacó sus maletas del armario y las hizo ir a parar sobre la cama en un vuelo directo. Luego, parte de la ropa de él y de ella comenzaron a llenarlas sistemáticamente. Algunas de las cosas no parecían adecuadas para el tipo de viaje que tenían en mente, pero tal vez eso se debiera a que ella estaba prestando atención a medias. Mientras tanto, había comenzado a vestirse con la ropa que se había puesto antes de irse a acostar unas horas antes.

—¿Qué? —giró para mirar a qué se refería Dave y frunció el ceño ella también— No. Para nada —respondió confundida. No había estado pensando en ese vestido al hacer el conjuro, pero sí había estado lo suficientemente distraída como para cometer un error tonto. 

—Deberías escribir a Campbell para explicarle que dejaremos el país por un par de semanas —sugirió en vista de que él no hacía más que estar paradote ahí, en sus pijamas.

—Sí. Tienes razón. No puedo concentrarme lo suficiente... 

Y todos sabían que los hechizos domésticos no eran su punto fuerte. 

Liz había terminado de vestirse y se había sentado en el borde de la cama a ponerse los borcegos. 

—Porque la mujer me detesta y no quiero que se la agarre con Mike —respondió ella también levemente irritada, en parte, por el tono con que él le había hablado y, en parte, porque no tuviera en cuenta ese tipo de cosas que las mujeres siempre entendían sobre cómo funcionaba la mente femenina. ¡Los hombres eran tan inocentes!

—Lo sé. No te preocupes. Lo tengo cubierto —dijo con resignación, pero menos agresivamente.


—Tu escríbela que yo la firmo y la envío con mi lechuza. Asunto arreglado —resolvió enseguida. —Al menos ya estás vestida. Yo todavía tengo que ir a la planta baja en busca de los detectores de tenebrismo y demás artillería pesada —explicó recordando que tendría que ponerle armadura de cabeza a piés si no quería tener problemas con ella o con su hijo no nato en caso de que las cosas salieran mal. Claro que su primer instinto hubiera sido el disuadirla, pero sabía que cuando se trataba de sus hijos, no había manera de frenar la Leona en que Liz se convertía y le parecía vital no perder tiempo. No fuera cosa que esta gente sospechara y huyera antes que ellos siquiera llegaran.

—Suena bien. De paso le escribiré un par de líneas a Beth y a mamá para que no se preocupen... ¿Quieres que le avise a Leon también? —Preguntó ya que estaba asignada a esa tarea. No quería dejar cabos sueltos y estaba segura de que ninguna de esas personas los delataría.

Bajo la dirección de David, el empaquetado de ropa fue más prolijo y lógico en cuanto a elecciones.

—Sí, por favor. Dispénsame por no poder comer con él este viernes —rogó mientras se vestía.

Asintió y luego se dio cuenta de que él seguramente no habría visto el gesto. Estaba tan nerviosa. —Lo haré. 

Se encontraba a medio camino hacia la puerta cuando se detuvo y giró sobre sí. 

—Gracias por no intentar disuadirme de ir, Davie —le dijo con suavidad apoyando una mano sobre el hombro de él. Luego reanudó su caminata hacia la puerta.

—Gracias.

Giró la cabeza sobre su hombro para ver qué quería ella. La miró inquisitivamente y luego sonrió resignado.

—No quiere decir que apruebe que pongas en peligro al bebé por algo incierto, pero sé que sería más productivo hablarle a la pared y esperar que me contestara considerando el poco éxito que tuve intentando hacer que dejaras de trabajar, así que si tu vas, yo iré también para asegurarme de que no te metas en problemas —explicó.

—Lo sé. Por eso te lo agradezco —respondió ella con seriedad, el momento de ternura arruinado por la explicación de él, al menos, a sus ojos. 

—Dime la verdad. ¿Si yo decidiera no hacer nada tu te quedarías aquí a continuar con tu vida como si nada? —Le preguntó olvidando que se estaba marchando, porque le interesaba escuchar esa respuesta.

Regresó la mueca de resignación a su rostro. Al menos ella lo comprendía y estaban en la misma página.

Se tomó un segundo que no tenía para pensarlo y finalmente negó.

—No. Iría de todas maneras —terminó por admitir—. Es solo que no quiero que tu y el bebé... no puedo soportar perder a nadie más, Liz. Es lo único que tengo en la cabeza las veinticuatro horas del día —Confesó porque estaban los dos muy nerviosos como para no ser francos.

—Pues Gabe era mi bebé también y no pienso dejar que esos hijos de puta anden sueltos por ahí después de lo que le hicieron, Dave. No me importa lo que pase. Tengo que ir... tal vez no tenga sentido para ti, pero yo tampoco soportaría más pérdidas. Necesito hacer esto. Necesito saber qué sucedió con mi bebé —le dijo de manera convencida, desafiante, pero había dolor de fondo en sus ojos verdes, que se habían empañado. 

—Voy a escribir esas cartas y dejarle una nota a Beth. Cuando llegue de lo de James mañana se va a preocupar si no nos encuentra. Por favor asegúrate de llevar toda la artillería pesada. Podemos detenernos en casa en Cali a buscar el resto —sugirió. Luego se marchó.

—Lo entiendo y lo respeto, Liz. Por eso no estás atada a la cama —intentó bromear pero sonó desanimado.

—Avísame cuando deba firmarlas.

—Me parece una idea excelente. Allá están las capas de invisibilidad, los anillos de ocultismo, las armaduras...

No siguió enumerando porque ambos sabían qué había donde.

Soltó una risa nasal carente de humor. 

—Es bueno saber que recaerías en violencia doméstica para procurar mi seguridad... me hace sentir tan protegida... —ironizó devolviéndole la broma. 

—Seguro. 

—Y un par de glocks y HK47 en caso de que con la magia no alcance. De todas formas las varitas calzan bien encima con el mango de madera y las modificaciones que les hicimos... uno nunca puede estar demasiado preparado —opinó nuevamente con tono de perra vengativa, el modo que usaba en el trabajo.

((Apuro porque me duermo y mi pánico a los aviones no ayuda))

Salieron hacia California en el primer vuelo a Los Ángeles que consiguieron, después de pasar varias horas esperando en el aeropuerto de Londres-Heathrow. El vuelo fue tranquilo y silencioso. Cada uno de ellos estaba demasiado sumido en sus propios pensamientos como para conversar demasiado. Había muchos miedos, cosas no dichas y recriminaciones, todas atascadas y era mejor guardar todo eso hasta que terminaran la misión.

Dave pasó casi todo el viaje con sus dedos entrelazados con los de Lizzy, dormitando mientras pasaban una vieja película en el respaldo del asiento de delante a la que no le prestaba atención. Hacía planes, los deshacía, se dormía, despertaba soñando que algo salía terriblemente mal... y así.

En cuanto llegaron, alquilaron un auto con el que ella manejó hasta la casa que había heredado de sus padres, en la que había crecido ((tengo permiso para esto)). Apenas si se detuvieron en el camino a comprar algo para comer en un conocido restaurante de comida rápida.

Una vez allí, Dave dejó el almuerzo que había comenzado a medias y a las apuradas en el auto y se focalizó en el armario de las armas, guardando todo lo que pudieran necesitar en una duffel bag. No quería detenerse a mirar el lugar, recordar cosas... a demás, quería reportarse ante el jefe cuanto antes.

((Menos mal porque no estoy de humor para aviones. Quiero ir al grano))

Liz estuvo inusualmente callada durante todo el trayecto al aeropuerto. Lo mismo durante el vuelo (a excepción de un momento en que se volvió hacia Dave y le dijo —Pase lo que pase, sabé que te amo como nunca amé a nadie... a pesar de todo lo que pasamos, siempre fuiste el único en mi corazón, en todo momento) y ni siquiera encendió la radio durante el trayecto hasta el McDonald's y posteriormente su casa. 

Allí, revolvió los cajones de la cocina hasta encontrar lapicera y papel y le escribió unas pocas líneas al jefe diciéndole que acababan de llegar y que estaban a su disposición de inmediato. Luego la dobló como un ave y la hechizó para que saliera volando por la ventana abierta. 

Se sentía tan bien el poder sentir el aire cálido y húmedo de California en comparación con el clima de mierda que tenía que tolerar en Escocia. Nunca había sentido aquella como su casa, ni siquiera de chica, pero adoraba América a pesar de todo lo que había pasado allí y sinceramente tenía que admitir que el clima no tenía punto de comparación. Al menos para ella que detestaba el frío. 

Suspiró pesadamente y se dejó caer en una silla para pasarse una mano por la cara. Parecía exhausta.

((Genial que pensemos igual))

Se quedó azorado por la confesión de alguien cuya idea de romanticismo era decirle "¿por qué no nos casamos de nuevo?" mientras corrían los 10k de cada mañana, en ropa deportiva y toda transpirada.

Sonrió embobado, mirándola con ojos de enamorado eterno por finalmente tener ese tipo de respuesta de ella, que él que era un romántico empedernido siempre había querido. Le dio un apretoncito en la mano y temió que estuvieran a punto de morir o algo así para que le hiciera semejante confesión.

—Likewise, my love... likewise... —le respondió con amor, todavía medio triste por los pensamientos que lo habían asaltado y la situación en general, pero no por ello menos conmovido.


Reparó en ella cuando la oyó suspirar y sacó la cabeza del armario para verla tirarse en la silla. Pensó que en su condición debía estar agotada.

—¿Por qué no te das una ducha e intenta descansar hasta que recibamos una respuesta? —Sugirió en tono de padre cariñoso.

—¿Qué? No. Estoy bien —mintió convencidísima de que decía la verdad mientras que se corría un mechón de pelo de la cara, el cual se le había escapado de la coleta de caballo que tenía hecha a las apuradas y se estaba desarmando. 

—Nada más estaba admirando el clima de California —confesó con una sonrisa leve—. Por mucho que deteste esta casa, y prefiera estar a kilómetros de todo lo que sucedió en ella, tienes que admitir que el clima es infinitamente mejor que el invierno eterno de Hogsmeade. Eso es una verdadera pesadilla —hiperbolizó.