Amor a través de la magia by Harold Gutemberg

Fanny había tenido que negociar con Matt por un rato largo para conseguir que la escoltara a la librería. Había leído en El Profeta que había salido una nueva novela rosa de su autor preferido y no podía esperar a que se la enviaran por catálogo: la quería ya.

El capricho le había costado un fin de semana sin las niñas y un par de favores menores, pero finalmente había regresado al castillo con el grueso volúmen encuadernado en cuero fucsia en su cartera.

Estaba feliz. Era la primera vez en meses, desde que empezara la locura del divorcio, que tenía un motivo real para estar contenta, por superficial que éste fuera. Ella siempre había tenido una debilidad por las novelas románticas, aunque supiera que no eran precisamente una lectura intelectual.

Se sentó en la sala de profesores a leerla y no se levantó ni para ir al baño ni para hacerse un té en horas. Finalmente, la historia llegó a un punto en que consideró que podía hacer una pausa y aprovechó para hacer ambas, regresando después a su asiento con una bandejita llena de flores pintadas a mano y una taza de té con tres galletas encima.

Tarja generalmente pasaba el fin de semana leyendo. Algunas veces lo hacía en su cuarto, pero cuando se cansaba de estar encerrada, subía a la torre de profesores en busca de compañía. Claro que era demasiado tímida como para empezar una conversación, pero al menos el estar en el mismo espacio físico que otra gente la hacía sentirse más acompañada.

A diferencia de Stephanie, ella sí se había levantado varias veces para hacerse un té verde. Le había llamado la atención lo absorta en la lectura que parecía estar su colega y le agarró curiosidad. Siempre la veía sola, igual que ella, pero le llevó un largo rato de duda el decidirse a dirigirle la palabra. Al menos no había otras amigas allí que pudieran complotarse para reírse de ella, pensó.

Aprovechó el momento en que se levantó para juntar coraje. Se le acercó nerviosa y envarada, poco menos que al borde de un ataque de pánico. Se detuvo junto a ella que acababa de volver con la bandejita y al observarla de cerca se arrepintió. Era demasiado refinada como para no detestar a las extranjeras como ella. Seguro la mandaría a mudar, pensó. Sabía que era demasiado tarde para arrepentirse ahora que la tenía en frente. Tragó saliva y se preparó a hablar. "Buenas tardes." Saludó en voz muy baja. "Hace horas que la veo leyendo... y me preguntaba... el libro parece interesante... como para que no lo suelte. ¿De qué se trata?" Había hablado rápidamente, evidenciando su nerviosismo.

((Roach infestation por culpa del vecino nuevo. Somebody PLEASE put me out of my misery!))

Fanny se sorprendió de que alguien se le hubiera acercado. Estaba habituada a que la gente se ocupara de sus propios asuntos y la pasara por alto como si no existiera. Ser "la muggle" era casi tan malo como "la extranjera", parecía ser.

Levantó la vista y las cejas y se encontró con la profesora de Historia de la Magia. No supo qué pensar. Se la había cruzado un par de veces en su vida nomás y ni siquiera se habían dirigido la palabra. Sabía que era amiga de Tessa, o al menos las había visto hablar y otro tanto era válido para Jackson, pero hasta ahí llegaba su conocimiento. "B-buenas tardes..." Devolvió el saludo con su habitual timidez. El sentimiento de desear ser tragada por la tierra ya la había invadido. Alguien le estaba hablando!

-Bueno, al menos eso explica por qué me está hablando- Pensó. Los enfermos y los niños eran las únicas excepciones a su timidez. Para no tener que hablar, le extendió el libro que previamente tomó de la mesita ratona y dejó que ella misma se informara.

((ASCOOO. Yo saco la escopeta y adiós vecino. ¬¬))

La notó incómoda de estar hablando con ella y se arrepintió mil veces más que antes de haber ido a hablarle. Estaba más que convencida de que debía pensarla indigna de ser profesora, mucho menos jefa de casa. Eso la hizo recordar que nunca le había ido a pedir ayudar a ella sobre cómo organizar la nueva casa, como sabía que había hecho con los otros tres profesores. No se le ocurría salir de su complejo para pensar que a ellos los conocía de toda la vida y a ella no. Para Tarja, nadie que se vistiera y peinara con tan buen gusto y tuviera modales tan regios podía estar a favor de que gente de otros países educara a la juventud del suyo.

"Gracias." Murmuró contrita. Tomó el libro y lo ojeó nerviosa. Espió a Stephanie un par de veces para asegurarse de que no la estuviera mirando excesivamente mal. Incluso a pesar de su rápido examen, se dio cuenta de que a todas luces se trataba de una novela romántica. No eran su tipo de libro y pensó que debía ser una persona de mente muy cuadrada y pobre si eso era lo que leía. ¿Cómo podían ponerla de profesora y jefa de casa?

"Gracias." Repitió al devolverle el libro, todavía muy nerviosa. No supo qué decir. No sabía con qué excusa irse o quedarse y estaba incómoda de estar ahí paradota.

((Me encantaría, pero está en silla de ruedas y me haría quedar medio nazi. Te juro que el único motivo de mi odio son los bichos. Si se dignara a desinfectar como le pedimos, sería todo paz y amor.))

Fanny se sentía observada, analizada. No le gustaba sentirse expuesta y trabajar codo a codo con otras dos docenas de personas la hacía sentirse exactamente así.

Asintió y esperó tensa hasta que la otra profesora terminó de mirar el libro y se lo devolvió. Volvió a asentir. Cuando Tarja no se marchó ni dijo nada, la miró para ver qué más podía querer de ella. "¿Le interesa Harold Gutemberg?" Apenas se animó a murmurar. Tal vez si le hacía una pregunta directa pudiera hacer que le dijera qué quería y después de eso se marchara más rápidamente.

((Jajaja vas a salir en todos los diarios. Ama de casa asesina a discapacitado por una infestación de cucarachas. ¡Ya veo los titulares de crónica!))

Los segundos pasaban y Tarja se daba cuenta de que no se le ocurría nada para decir y se ponía más y más nerviosa. Finalmente, Stephanie habló y la sacó de la encrucijada, pero el que la hubiera tenido que salvar la hizo sentirse aún peor. Estaba toda ruborizada y transpirando de los nervios. Detestaba ser incapaz de tener una conversación normal con la gente a esa edad, mas los años no le habían dado aún la sabiduría necesaria para superar esas trabas mentales.

Negó con la cabeza suavemente. "No. No leí nada de él. ¿Es bueno?" Preguntó por cortesía. Porque fue lo primero que se le ocurrió.

((Por suerte ya pudimos solucionar eso. Fue una pesadilla. TOCO MADERAAAAAA))

Fanny se quedó un momento antes de responder a esa pregunta. Estaba bastante segura de que la gente que habitaba el castillo debía ser muy intelectual e inteligente para el tipo de novelas rosas que ella leía, pero por otra parte, era la única conversación no tan super incómoda que había tenido con alguien que no conociera desde que había llegado así que tampoco quería arruinarla. "Ah..." Buscó qué decir que no la comprometiera ni de una manra ni de otra. "Lo es si te gusta la novela romántica." Explicó de la mejor forma que pudo, volviendo a ruborizarse profundamente.

Sintió que se le estrujaba el estómago y puso cara de incomodidad. ¿Cómo decirle que no le gustaba ni un poco ese tipo de libros y que le parecían para mentes inferiores, sin ofenderla? No había manera. Se puso inmediatamente nerviosa. Mucho más de lo que había estado antes.

"Hmm, lo siento. No es mi tipo de libro." Dijo de la mejor manera posible, casi con tono de disculpa, mientras evitaba la mirada de Stephanie a toda costa.

"Tampoco ando leyendo mucho últimamente." Añadió de inmediato, en un intento por desviar la conversación por derroteros más calmos. "Quiero decir, a demás de las innumerables pilas de pergaminos que me dejan mis alumnos." Hizo un intento por bromear, pero se la notaba tensa y avergonzada.

La respuesta de Tarja la avergonzó profundamente y la hizo sentir en la necesidad de disculparse, o añadir algún factor que la hiciera verse menos mal a ojos de ella. "Tampoco es el único tipo de libro que leo." Comentó lo más casualmente que pudo, pero aún sonaba a defensa. "También me gusta la poesía." Dijo en un intento por arreglarla.

Se sintió algo más tranquila al escuchar la declaración de su colega y hasta soltó una risita leve. "Me imagino. Debes tener suficiente cansancio mental de tanto leer trabajos prácticos." Pensó en voz alta. "¿Qué materia das?" Preguntó con curiosidad sincera. Esperaba que la pregunta no sonara demasiado maleducada.

Le sonrió de manera menos nerviosa y más sincera. "I'm a fan of poetry myself." Admitió ella a su vez, contenta de encontrar un common ground que les permitiera conversar sin incomodidad. "But I'm afraid I've only read poetry in suomi so far." Eso la hizo bajar la mirada un momento, mientras juntaba coraje para preguntar. "¿Could your recommend me anything good in English? I'd like to try the local authors." Dijo sonando levemente entusiasmada. Es decir, todo lo entusiasmada que una persona parca como ella podía sonar.

Rió nerviosa. "Sí. Generalmente sí. Sobre todo porque a veces escriben puras burradas." Tuvo que admitir, con las mejillas muy coloreadas. Estaba mal hablar así de sus alumnos, pero había leído algunos pergaminos que sinceramente eran imposibles de ser tomados como trabajo serio, incluso viniendo de gente que, ella sabía, daba su mejor esfuerzo. Peor aún era cuando ni siquiera lo intentaban.

"Adivinación." Dijo con su suavidad característica. "No es una materia muy popular." Explicó como si eso justificara también su propia falta de popularidad entre sus colegas.

En su inocencia, ella le devolvió una sonrisa cálida y amistosa al escuchar eso, como si hubiera olvidado todo el incómodo intercambio anterior. "Oh, sure. Of course!" Ahora se mostraba más entusiasmada, casi como si hubiera olvidado momentáneamente su timidez. Era el tema de los libros. Amaba tanto la poesía, que podía pasarse horas hablando del asunto con quien fuera que quisiera escucharla, conocido o no. Su mente de niña, asumía que nadie con la sensibilidad necesaria como para apreciar la poesía podía ser una mala persona después de todo. "Tengo toda una selección en mi torre. ¿Por qué no vienes a mi torre después de la cena y elegimos algo que te guste?" Propuso. Calculaba que, para ese momento, ya habría terminado su novela y estaría libre para poder hacer otras actividades.

Sonrió comprensiva. "Todavía no me ha sucedido. Mis chicos son aún demasiado verdes para recibir tareas largas y complicadas sobre un mundo que no terminan de comprender del todo." A quién le iba a mentir? Ella se sentía de manera similar.

"No tan impopular como estudios squibb, te lo aseguro." Bromeó con ella. Por alguna razón, se sentía cómoda con esta mujer. Tal vez fuera que era tan tímida como ella, tan poco sociable, que siempre estaba sola y que compartía su amor por la poesía. O que ella era una persona demasiado inocente como para analizar las cosas más allá.

La miró con interés genuino cuando ella declaró tener toda una selección de libros de poesía en su torre. Se quedó anonadada por la propuesta. Le había resultado inesperada y sincera a la vez, no como la invitación de Tessa, que si bien apreciaba, la había sentido como forzada de alguna manera, como hecha por lástima y no por interés genuino de compartir algo con alguien.

Por eso tardó un segundo en reaccionar, pero finalmente sonrió de manera tímida. Asintió. "Muchas gracias. Me vendría bien algo nuevo para leer." Admitió con la imagen de Stephanie como la princesa Rapunzel del cuento de hadas. Encerrada siempre en la torre, porque nunca la veía en la sala de profesores ni por los pasillos fuera del horario de clases, y llena de libros con qué pasar el tiempo. El hecho de que poseyera una larga cabellera dorada simplemente ayudaba a hacerse esa imagen mental.

"¡Qué suerte!" Le dijo sinceramente. Le había salido del alma. "Cansa mucho la cabeza." Explicó como justificándose por llamarlos burros de manera indirecta, porque en realidad eso sería como decir que ella era mala profesora, si bien en su caso, era una habilidad con la que se nacía o no se nacía. El ojo interno no era algo que uno pudiera entrenar si no tenía nada de potencial con qué trabajar.

Le sonrió con comprensión, con empatía. Le resultó fácil relacionarse con ella, sentirse identificada y no pudo menos que reír un poquito, avergonzada de sí misma por hacerlo. "¡Y yo que me creía especial por ser extranjera!" Bromeó para hacerla sentirse mejor y expiar un poco la culpa.

Fanny sonrió encantada. De todas las personas que había en el castillo con las que aún no había hablado, que eran la gran mayoría, esta mujer le caía bien porque parecía encontrarse tan perdida y fuera de lugar allí como ella misma. Sentía que tenían bastante en común si había interpretado bien su silencio, como timidez en lugar de arrogancia. La conversación que estaban sosteniendo no hacía más que confirmar sus sospechas y por eso se atrevió a invitarla de esa manera. Después de todo, con Tessa ocupada y su prima extrañamente desaparecida, le vendría bien tener alguien más con quien conversar... aunque no le gustara Harold Gutemberg. "Por nada." Pensó que en realidad ella debería agradecerle. Andaba necesitando la compañía. Amaba a sus hijas pero hay cierta cantidad de tiempo que uno puede pasar hablando de unicornios y tomando té imaginario por día sin volverse loco. 

"¡Me imagino!" Enseñarle a gente con ganas de aprender, como eran esos squibbs maravillados por el mundo mágico, ya era difícil para ella. No podía ni imaginarse lo que debía ser intentar impartir conocimiento a alguien que no estaba interesado... la de Tarja era una materia optativa, pero aún así, creía que debía haber un buen número de alumnos que la habían elegido para zafar de otras más demandantes. 

Rió de manera escueta, tímida y femenina por la broma. "Me parece que estamos en el mismo bote." Le aseguró todavía con cierto brillito en los ojos. "Todo el mundo ya tiene sus grupitos armados..." pensó en voz alta durante un momento, bajando la mirada.

—Llevaré pastelitos —propuso— ¿De qué los prefieres? —Entre que no quería ser una molestia y caer con las manos vacías y que no le conocía los gustos, prefirió preguntar. 

—Pero al mismo tiempo es muy gratificante cuando algún alumno tiene un problema, personal o académico y una puede ayudarlo a resolverlo —reconoció. 

—Oh, bueno. No es tan grave. Una se acostumbra a la soledad... —Se encogió de hombros con resignación, aunque no parecía una pobre cosita tímida, en este caso se mostró con dignidad porque era un tema sensible para ella y no quería parecer taaan antisocial.

—En realidad no es necesario —le aseguró avergonzada— pero si insistes, que sean de fresa. Son una de mis debilidades —confesó. 

Asintió. Había tenido pocas oportunidades de comprobarlo, pero le habían bastado para convencerse de que su trabajo ahí era tan importante como el que había hecho en el hospital muggle, si bien desde un punto de vista mental más que físico. Esos niños estaban perdidos, confundidos y asustados, dependiendo de su guía para casi todo en un mundo que no comprendían, pero que ella sí, ya que su padre y ex marido habían hecho lo posible por integrarla o al menos informarla. Era como ser madre de muchos más niños... y si había algo que a Fanny le sobraba era instinto maternal. 

Asintió nuevamente, varias veces, de manera pensativa. —Eso es muy cierto. Una se acostumbra...

Soltó una risita ante la indecisión. "No gracias, pero que sean de fresa" había sido una excelente respuesta para levantar ánimos caídos. —Dalo por hecho —dijo con una sonrisa que tenía un atisbo de picardía.

—¡Pero si tu tienes dos niñas preciosas! —Se asombó ella con una falta de tacto que denotaba que se sentía cómoda con la otra mujer a pesar de que no la conociera de nada. En realidad, Tarja hacía lo posible por ser ubicada y tener tacto porque así la habían enseñado, pero cuando era chica y tenía amigas... o al menos una amiga, solía abrir la bocaza y decir puras estupideces. 


Esa luz interna se le apagó junto con muchas de las ganas de vivir cuando la amiga que había aparecido en su vida, desapareció dejándola con el mismo vacío indiferente a la vida que había sido su marca principal antes de la aparición de ésta.

Fanny se ruborizó profundamente por su contradicción y bajó la mirada. Su respuesta se limitó a un asentimiento.

Levantó la mirada sorprendida. Para ella eran dos cosas totalmente distintas. —Gracias. La verdad es que son... —no encontró palabras humildes para describirlas y prosiguió— pero solo hay una cantidad de veces que puedes jugar a tomar el té con las muñecas o hablar de unicornios y pegasos. Llega un punto en que aliena un poco. Tampoco tengo queja de mis alumnos, pero extraño poder tener una conversación adulta... de igual a igual, ¿entiendes? 


Era raro que ella dijera algo así cuando la mayoría de la gente la trataba con condescendencia y no como a una igual, ya fuera por su condición de squibb o por sus episodios infantiles.

Tarja rió por lo bajo y asintió. —Entiendo a lo que te refieres. Tengo muchos sobrinitos. Mis hermanos me lo dicen todo el tiempo, pero por alguna razón no me hago a la idea —explicó.


—Al menos ahora el padre también se hace cargo, ¿no? —intentó levantarle el ánimo.

Sonrió comprensivamente. —Uno nunca se hace a la idea hasta que no le sucede —concedió— mi ex cuñada siempre decía eso de su hija mayor y no me cayó la ficha hasta que no nació Jade —confesó en tono de complicidad. 

Se enserieció y asintió de manera sombría —Sí —respondió rápidamente, mirando hacia otro lado—, pero tiene otras preocupaciones en la cabeza también y me temo que las malcríe más de lo que las educa. Es difícil tomar decisiones de manera conjunta cuando no se es una pareja... ¿tiene sentido lo que estoy diciendo? —Preguntó porque de repente a ella le sonó incoherente por alguna razón.

Soltó una risita nerviosa. El tema la ponía un poco incómoda porque para ella el no casarse siempre había sido una asignatura pendiente en su vida. Más que nada, por no poder ser madre. En la cabeza de ella y su familia, jamás se aceptaría el concepto de madre soltera. Sí en otros, tal vez, pero no para ella. Prefería ser la loca de los gatos.

—Al paso que vamos, realmente dudo que me vaya a suceder, pero entiendo a lo que se refiere —le dijo con tranquilidad, incluso con cierto orgullo que daba lugar a no tenerle lástima, como si realmente no le afectara tanto si uno juzgaba el tono y el porte en lugar de las palabras que había dicho.

Ella se sintió incómoda al notar que había hablado de más. —Disculpa, no quise tocar un tema sensible. Y, sí; tiene sentido. ¡Por supuesto! A las parejas que están juntas ya les cuesta.

—Bueno, uno nunca sabe, ¿no? Y dicen que la esperanza es lo último que se pierde —dijo muy colorada, sin saber bien cómo salir de esa tremenda metedura de patas en que se había metido. No la miró a los ojos. Estaba demasiado incómoda.


—Está bien. Yo también... en fin. A veces pasa —dijo aún ruborizada y bastante avergonzada.