Su antigua aula

Apenas llegar al castillo, Tarja se había incorporado al plantel como profesora de historia de la magia, para cubrir el hueco que el profesor Binns había dejado al mudarse a la universidad de los magos. Luego, cuando Turpin fue movido al puesto de profesor de Runas Antiguas, ella había sido asignada a Adivianción por una legislación nueva que impedía a los profesores extranjeros enseñar las materias no optativas del colegio.

Desde que Jackson y ella ya no fueran pareja, Tarja se sentía más sola que nunca en ese lugar, por más que tuviera a su amada sobrina y una gatita allí e incluso una incipiente amistad con Tessa y Stephanie, aún no le bastaba para aplacar ese vacío que siempre había sentido en su alma tras la muerte de su mejor amiga de toda la vida. 

En eso andaba pensando, regresando del almuerzo del sábado por la tarde a sus habitaciones en la torre, cuando pasó frente al aula de Historia de la Magia, que había sido suyo y cuyas clases realmente había disfrutado mucho más que las de Adivinación, por más que tuviera mejor disposición para enseñar ésta que aquella. 

El ver la puerta le trajo recuerdos y enseguida su mente voló a la profesora McFarland, la que no era una perra insufrible y estaba condenada a pasar su tiempo libre encerrada en el aula o sus habitaciones, siempre vigilada por algún otro profesor o el guardián de los terrenos. Sintió pena por ella. Nueva y con prácticamente nadie con quien hablar: en la misma situación en la que ella había llegado al castillo. Decidió golpear a la puerta. Aunque su hermana pareciera insufrible, lo poco que había visto de Jane McFarland la había hecho parecer una mujer de lo más normal si uno no tenía en cuenta el hecho de que estaba muerta.

Jane estaba de mal humor. Para variar. Y también, para variar, se estaba pegando el embole de su no-vida ahí encerrada todos los días. Dormir en la silla o en el piso no era agradable y tener que salir a cazar con una chaperona, un dolor en los ovarios secos que tenía. 

Pero se había metido en eso y por orgullo no iba a dejarlo. Sin embargo, cada día lamentaba más su decisión y se iba amargando su ánimo, así como enfriandose iba también su relación con Nash.

Estaba meditando sus opciones y sintiéndo que su existencia ahora era tan patética como cuando se había suicidado como humana, cuando golpearon a la puerta. 

Se imaginó que se trataría de su hermana. Nadie más venía a tomarse la molestia de visitarla, y su novio en ese horario estaba ocupado. Salió del ensimismamiento en que estaba y miró al guardián de los terrenos desde donde estaba sentada frente a su escritorio. Rogó que dejara entrar a quien fuera, porque no estaba de humor para discutir con ese muchachito que para peor apestaba a perro sucio. 

El chico asintió y abrió la puerta. 

—Buenos días, profesora —saludó extrañada de tener una visita que le resultaba del todo desconocida. No sabía ni el nombre de la mujer, tal era su aislamiento en ese castillo que la tenía prisionera por elección propia y a cambio de un sueldo que no tenía en qué gastar... pero ahora tenía a su hija, intentó consolarse, y sus nietos. No podía estarse quejando. Las cosas eran diferentes sin su marido opresor. Pero le costaba ser optimista encerrada siempre en las mazmorras cuando había nacido tan libre.

—Buenos días —dijo con timidez, pero haciendo un despliegue de valentía poco común en ella, alimentado por su reciente amistad con Stephanie Dalton que le había devuelto la esperanza en lo que a hacer nuevas amistades se refería. Alguien tan aislado como ellas dos, le parecía la adhesión lógica al grupo... si es que iba a haber un grupo. No era algo que Tarja tuviera en la cabeza al llegar ahí. Simplemente había ido a ver si podía hacerse de otra amiga tan antisocial como ella, porque es la imagen que se veía de Jane desde afuera, básicamente, porque no la dejaban salir y ella no estaba entre las pocas personas a cargo de sacarla a cazar y traerla de vuelta.


Entró en el aula pidiendo permiso con una mirada tímida al cuidador ((que estamos godmodeando de lo lindo)). Traía una canastita de mimbre colgando de uno de sus brazos y vestía uno de sus habituales atuendos negros cargados de encaje y puntillas que asomaban por encima, los costados y debajo del corselete que le marcaba la figura. Aún así, tapada desde el mentón por un vestido que le cubría desde el cuello hasta los pies, parecía de todo menos provocativa. 


—Todavía no hemos tenido oportunidad de conocernos —dijo nerviosa— y me pareció una buena idea siendo que yo solía dar esta materia... con ello no quiero decir que venga a decirle cómo dar clase. ¡Ni mucho menos! —Se apresuró a agregar por las dudas. El speech que traía planeado ya se había desvirtuado del todo y estaba tocando de oído, cada vez más tensa y avergonzada. —Quiero decir que, como colegas que tienen la historia en común tal vez podríamos tomarnos un té... —Notó la metida de pata enseguida, pero venía preparada. 


—Quiero decir. Yo puedo tomar un té. A usted le traje esto. —Sacó una de las paletas de sangre que vendían en Honeydukes, no muy segura de que el hombre que le había jurado que los vampiros iban a comprárselas no le hubiera estado tomando el pelo. Se lo ofreció insegura, como una niña que estira el brazo para darle una flor a alguien que no sabe cómo la recibirá.

Asintió todavía en suspenso, como a la espera de que su colega se explayara para que ella pudiera comprender mejor la situación en qué se encontraba y saber cómo manejarla de la mejor manera. 

Era cierto que aún no había tenido oportunidad de conocerla, pero tampoco había tenido grandes oportunidades de conocer al resto del staff, por más que se sentara con ellos durante la cena. Por lo general permanecía callada y nadie le dirigía mucho la palabra salvo los hermanos Nash. Y nadie más había ido a saludarla ni ver cómo estaba, así que asumió que esa mujer debía tener alguna agenda escondida. Tal vez quería pedirle algún favor o satisfacer una curiosidad morbosa sobre su condición. En todo caso, se puso a la defensiva, cruzando los brazos sobre el pecho y apoyando las nalgas contra el borde del escritorio. 

Bueno, al menos no iba a decirle cómo dar clase. Eso era un consuelo dentro de todo. El resto del staff parecía creerla poco calificada para el puesto, por más que su memoria para la historia siempre había sido excelente. 

Enarcó las cejas. ¿Té? Pensó. Ella no podía comer ni tomar té y pastelitos. Lo sabía todo el mundo, hasta los niños de tercero. Se preguntó si habría venido a tomarle el pelo, pero después oyó el resto de la explicación y vio la paleta, así como también la inseguridad detrás del gesto. Tal vez estaba siendo educada... en todo caso, al menos no se la estaba tomando a broma.

Tomó la paleta con otro asentimiento. —Gracias—. Se levantó del escritorio y le lanzó una mirada irritada al cuidador, que se fue a sentar al fondo del aula para darles cierto espacio. —Por favor, póngase cómoda —ofreció ahora que la silla frente a su escritorio se había vaciado. Ella ocupó su lugar habitual y comenzó a desenvolver la paleta. 

—Lamento hacerla prepararse su propio té. Verá, yo ya no puedo hacer magia —explicó con tranquilidad. La mirada seguía siendo de desconfianza, pero su físico ya no parecía tan a la defensiva. —Tengo que conformarme con la "historia de" —añadió a modo de broma irónica.

Por un momento deseó salir corriendo de allí y esconderse en su torre por el resto de la semana, pero luego su ofrecimiento fue aceptado y se relajó un poquito. 

—Gracias... oh, no se preocupe. Lo entiendo perfectamente —la excusó de inmediato. Se sentó en la silla que le habían indicado y sacó la varita para encantar la chimenea donde un fuego se encendió solo y comenzó a calentar una pava de metal que había desaparecido de su propio despacho para aparecer ahí. 

¿Y ahora qué? ¿De qué le hablo? Se preguntó Tarja espantada por su terrible idea de intentar ser más valiente y salir de su zona de comodidad como siempre le decía a su sobrina... Eso de predicar con el ejemplo era de lo más inconveniente y si seguía así, un día iba a terminar con presión alta de los nervios. 

—Bueno... la historia en sí es bastante interesante —respondió con una sonrisa tímida.