Era la reunión anual de los boticarios en Wimbourne, donde todos los años los proveedores y cultivadores de ingredientes para pociones, así como los vendedores de otros insumos (calderos, viales, etc) se juntaban para exponer lo mejor que su negocio o compañía tuviera para ofrecerle al mercado.
Laura Foster, representante y dueña de Foster Enterprises, era uno de los miembros fundadores, ya que su bisabuelo había participado en la primera convención como organizador y por eso ella y la empresa siempre habían conseguido los mejores contratos y beneficios, a demás de un status increíble dentro del círculo. Ella se movía de un lado para el otro toda sonrisas y cortesía, hablando con la gente desde los puestos más grandes a los más insignificantes. Todo el mundo se giraba a verla y parecía la reina del lugar. Así se sentía también.
Una de las pocas mujeres en un negocio que durante años había sido liderado por hombres, su puño de hierro y decisión marciana la habían hecho una mujer respetable y admirada. Todos los hombres de la convención la habían invitado a salir en un momento u otro de su vida y ella, aunque pretendía que la atención le molestaba, la disfrutaba enormemente.