Regresando a casa

La visita con su hija había sido larga y agotadora. Acostumbrada a una larga vida de pesares, Mary se tomó la noticia con estoicismo. Tanto Rose como la enfermera y el médico especialista que habían llamado concordaban en que podría llevar una vida normal por más que perdiera la audición del oído derecho. Si bastaba para que luego la tomaran en el Ministerio, por más que se tratara del trabajo más básico como secretaria, ella estaría feliz. Habría logrado que sus hijos tuvieran un mejor trabajo y una mejor vida que ella. 

Aún así, parecía más demacrada que de costumbre y la postura orgullosa y desafiante con la que había entrado al castillo se había esfumado. Ahora se encorvaba levemente ante el peso de todos los problemas que tenía en su vida. La culpa de no haber podido llegar antes, la manera en que la relación con sus hijos se deterioraba... y el saber que aún así continuaría haciendo todos los sacrificios posibles por ellos aunque significase humillarse más allá de toda lógica. 

Suspiró cansada y se quitó un mechón de cabello de la frente. Luego agarró su cartera con más fuerza, buscando determinación en ese acto mientras se acercaba a las puertas de hierro.

Nigel venía como ella, bastante desanimado con lo que había sido su entrevista con ambos hijos. Había salido del castillo con la cabeza tan en alto como su amante intermitente, pero ahora que creía encontrarse a solas con sus pensamientos, permitió que la desazón se instalara en su alma. Caía una fina llovizna que lo hizo sentirse aún más solo. Desde que volviera de Azkaban todo había cambiado. Su mundo perfecto roto en millones de pedacitos. Todo por haber querido hacer dinero ayudando a quienes lo necesitaban, con partes de aquellos que claramente ya no las necesitarían más. 

Su esposa se había vuelto celosa de sus salidas, pero lo mataba con la indiferencia cuando coincidían en la casa y se dormía dándole la espalda por las noches. Sus hijos mayores, los legales, estaban furiosos con él, se negaban a hablarle. Los menores parecían estar marchando hacia el mismo camino (o al menor Rose lo parecía y su amante lo había echado varias veces de la casa que él le había comprado... otras, él había llegado borracho y malhumorado e había intentado echarla a ella a los golpes, pero aún así Marianne siempre le había dado lugar a la conversación, aunque más no fuera unas pocas palabras. Siempre lo había entendido más que su esposa y en ese momento de soledad no pudo evitar pensar en ella, evocar su imagen. Casi creía verla entre la neblina y la llovizna, andando por los terrenos del castillo...

Entonces salió de sus pensamientos y se dio cuenta de que ella realmente estaba ahí. Apresuró el paso y la llamó por su nombre antes de sujetarla por el antebrazo con fuerza pero no de manera brusca. "Annie!" Repitió asombrado de la casualidad que los había reencontrado. En realidad, era únicamente lógico cuando los dos llevaban vidas demasiado ocupadas como para haber acudido al llamado de Turpin enseguida, mas en la mente de él, era cosa del destino.

"Rose se niega a oírme. Tengo un colega en el extranjero que se especializa en alquimia..." Comenzó a decir de lo más preocupado. Estaba seguro de que la mejor manera de conseguir ablandarla era mostrarse como padre preocupado antes que traer a colación la relación de ellos o su último encuentro.

Para ser una persona tranquila y consumida que ya lo había visto todo, el respingo que dio Marianne al sentir que alguien la tomaba del brazo fue más que excesivo. Se había creído sola bajo la llovizna que, a falta de una túnica de viaje, la estaba calando hasta los huesos. No se la había olvidado en la casa: no tenía dinero para comprarse algo tan esencial en Britania como eso, así que a menudo se mojaba yendo y viniendo a trabajar, acabando con accesos de tos que le duraban semanas.

Con las noticias de los ataques en Hogsmeade y el colegio mismo, su mente había pensado que tal vez algún muerto vivo la había pillado desprevenida y casi que se alegró de ver a su conflictivo amante a su lado. Estaba tan helada que podía sentir el calor, por ínfimo que fuera, emanando de su cuerpo. Eso la reconfortó, por más que se detestara a si misma por caer tan bajo como sabía que caería en cualquier momento. Siempre era la misma historia con ella. Se prometía ser fuerte, mantenerse alejada de él, echarlo en cuanto lo viera venir, estuviera sobrio o borracho... y fallar miserablemente. La próxima vez sería fuerte, la próxima vez no lo dejaría hablar para que no lograra engatuzarla con excusas baratas que la habían conquistado ya cuando era apenas una adolescente en Hogwarts y él, su profesor. 

"Nigel." Dijo con la respiración entrecortada y una mano en el pecho. "¡Me acabas de dar un infarto!" Protestó. "¡Con esto de los ataques y tú vienes a acecharme de esta manera..." Lo regañó como si fuera más bien su hijo problemático. 

Se le pasó el susto de inmediato a la mención de su hija y le prestó atención... y estuvo nuevamente perdida en los palabreríos de él. Ya se imaginó que era un buen padre después de todo, que estaba preocupado por la nena y por eso había ido también a verla a pesar de la estricta vigilancia de su mujer, que a pesar de su precaria situación había movido los pocos contactos que le quedaban para intentar que Rosie se curara... Y otra vez estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera. Total, para odiarse tenía el resto de la vida. 

"Intentaré razonar con ella. No escribe seguido, pero siempre responde cuando le escribo." Explicó bajando la mirada. Esperaba que él entendiera que el motivo por el que no le escribía seguido era que no podía pagar ni el correo, ni mucho menos tener una lechuza propia. Después de todo, muchas de sus discusiones eran sobre dinero. Ella lo necesitaba para los niños, él tenía otra familia a la que responder y una mujer que se daría cuenta si andaba gastando de más... la vieja historia de toda la vida, puesto que Mary lo había conocido ya como hombre casado y no le había importado nada. 

((Jajajaja ahora que lo pienso, Loe se podría haber llegado a convertir en ella si seguía con Matt muchos años después. Menos mal que él no formalizaría con una alumna... por el bien de ella))

Rió primero y se disculpó después. Para él, cualquiera que incluyera a Marianne era una casualidad feliz. —Lo siento, Annie. No era mi intención asustarte —dijo entre risas. Su rostro se ensombreció cuando escuchó lo que ella dijo a continuación.

—Que te acechen los hombres te lo has buscado tu solita —respondió secamente— ¿¡en qué estabas pensando, Annie, por dios!? —Se exasperó como siempre que recordaba las cosas que su amante había tenido que hacer y a veces todavía hacía para pagar las cuentas mientras él había estado preso. En Azkaban, Nigel había conservado la cordura por estar siempre convencido de que lo que él había hecho para ganarse su condena no había estado para nada mal, pero aún así, había salido de ahí siendo un tipo inestable y bastante más propenso a la violencia que antes.

Reprimió una sonrisa de triunfo al ver que ella parecía cejar ante su preocupación exagerada con ese mismo propósito. —Por favor, hazlo— dijo con firmeza, apretando en la mano de ella un par de galleons que acababa de sacar de su bolsillo. —¡Con todos los avances que hace la medimagia no podemos andar por la vida con una hija medio sorda! 

—Mi colega se especializa en accidentes alquímicos. Él sabrá mejo que nadie qué se debe hacer en estos casos para remediarlo —continuó con convicción. Obviamente, su colega era de moral tan dudosa como él e igualmente inescrupuloso a la hora de jugar con lo tabú.