Jane había estado semanas intentando juntar el coraje suficiente para ir a hablarle a su hija. Le había llevado mucho tiempo averiguar dónde vivía y demás, pero a pesar de que estaba a tan solo unas pocas cuadras de la casa de Lucien, en cuyo sótano ella se estaba quedando a escondidas de manera provisional, no se había atrevido a enfrentarla. Sabía que siempre habían tenido una mala relación y que ésta había empeorado justo antes de que se suicidara. No sabía con qué clase de resentimiento iba a tener que vérselas, pero Lucien se las había arreglado para convencerla de que tenía que hablarle. No porque no quisiera tenerla más en el sótano, había dicho, sino porque no tenía sentido perderse la relación de familia y querer retomarla en cincuenta años, cuando ella ya hubiera muerto o fuera una vieja arrugada.
Al darse cuenta de que el muchacho tenía razón, Jane había juntado el coraje para ir a hablarle, pero Betsy la había sacado corriendo y la había echado de tal manera, que ella había salido corriendo echa un mar de lágrimas de sangre.
Corrió al callejón lateral donde sabía que Lucien la estaría esperando y se le echó a los brazos, colgándosele del cuello con fuerza... tal vez con demasiada fuerza. No comprendía cómo él podía quererla cuando ella tenía una hija bastante mayor que él, pero se alegraba de que así fuera, porque no sabía qué hubiera hecho en ese momento sin su apoyo. Sollozó con fuerza en el hombro de él, incapaz de poder calmarse. Sabía que le estaba manchando la ropa de sangre, pero no le importó.