La sangre es más fuerte que el agua

Mike había sido asignado un dormitorio en la casa de sus padres biológicos. Le habían dicho que era el dormitorio donde su papá había dormido de chico y eso no lo consoló demasiado. Aún le dolía la muerte de sus padres adoptivos, los que había visto cada día de su vida durante años y no solo algunos fines de semana. No que no estuviera agradecido de no haber acabado en un orfanato, pero extrañaba su vida.

Ahora, estaba encerrado, tirado en su cama esperando que llegara la visita. Le habían prometido que llegaría su bisabuelo biológico a pasar algo de tiempo con él. Aparentemente, era un hombre ocupado, porque solo había tenido tiempo de ir a verlo un par de veces desde que llegara y uno asumiría que a su edad estaría jubilado. Pero no, era un tipo importante y se mantenía activo.

Le caía bien. No que sus padres le cayeran mal, pero se esforzaban demasiado por hacerlo sentir a gusto cuando el dolor en su alma llevaría tiempo en sanar y sus padres de crianza no podían ser reemplazados tan fácilmente. Leon, en cambio, le hablaba con naturalidad y con calma. Incluso los silencios no eran incómodos con él.

Liz había hecho todo lo que podía para levantarle el ánimo a su hijo mayor, pero nada parecía animarlo desde que sus padres adoptivos hubieran muerto. A menudo últimamente se encontraba preguntándose si habría hecho bien en darlo en adopción en un principio, pero luego recordaba la agitada y peligrosa vida que ella y Dave habían llevado durante aquellos primeros años de juventud y sabía que habían hecho lo correcto. 

Sin embargo, eso no solucionaba el problema de qué hacer para que el chico no estuviera deprimido todo el tiempo. Por lo pronto, la idea de David de dejarlo pasar algo de tiempo con su sabio abuelo, era mejor que nada. 

Cuando sonó el timbre ella abrió la puerta, saludó con un abrazo a aquel hombre que había llegado a querer como familia propia y lo condujo hasta el dormitorio más por cordialidad que porque no supiera dónde solía dormir su nieto cuando era niño.

Leon había llegado lo más rápidamente posible a la cita. La verdad es que era un hombre muy ocupado y se la pasaba corriendo de un lado para el otro. Llegaba con puntualidad, pero para ello vivía a las apuradas. Sin embargo, su bisnieto era priodidad en su vida y fiel a su lema de la familia primero, llegó apenas con cinco minutos de retraso. Era esperable. 

Saludó a la mujer de su nieto y conversó con ella de naderías mientras subían las escaleras hacia el cuarto del chico. En la puerta, intercambió miradas con Liz, intentando expresarle que todo iría bien, que haría lo posible por ayudar a Michael.
Luego golpeó la puerta y esperó.

Ella vio la expresión amable de León y le devolvió la sonrisa, aunque no entendió el mensaje implícito. No leía mentes ni mucho menos. El tipo de lenguaje corporal que estaba acostumbrada a leer por su trabajo, involucraba actos de violencia. 

"Mike, querido. Llegó el abuelo a verte." Anunció cuando el hombre golpeó a la puerta. 

"Los dejaré tranquilos." Dijo para después desaparecer escaleras abajo. Tenía cosas que ordenar y limpiar y los hechizos de limpieza no eran su especialidad.